Yo, no sé usted, pero el otro día tomándome el descanso del guerrero sentado cómodamente en mi sofá de cuero me puse a reflexionar sobre lo que realmente nos cuesta a cualquier ciudadano de a pie el tener unas ciertas comodidades básicas para hacer un poco más placentera la vida en este valle de lagrimas en el cual por suerte o desgracia nos ha tocado vivir. Me he puesto a hacer un ligero cálculo de lo que nos cuesta no solo al día, sino al año, cualquier servicio o producto que adquirimos.

La cantidad no podría decirla con exactitud, ya que el papá Estado nos exprime como limones, hasta dejarnos sin una sola gota de zumo. Y me explico: saben ustedes lo que recaudan solamente con el IVA, ya que como todos sabemos, este impuesto que nos impuso el PSOE, con Felipe Gónzalez, es bajo mi opinión personal uno de los más injustos. Si usted echa un litro de gasolina a su vehículo sepa que más de la mitad es para el Estado. No quiero ni hablar del tabaco, bebidas alcohólicas, medicinas, y un largo etcétera de productos.

Quizá uno de los «ivas», más imjusto sea el de la luz, ya que siendo un artículo de primera necesidad, tiene el tipo impositivo más alto, una autentica vergüenza. Si seguimos con lo que recaudan el Estado, las comunidades autónomas, los ayuntamientos, las diputaciones y las madres que los parió, nos damos cuenta de que tenemos que trabajar más de medio año para ellos. Y ahora me pregunto: ¿a dónde van a parar la cantidad de miles de millones que estos paniguados recaudan y que solamente una ínfima parte va a parar a repercutir sobre el sufrido ciudadano?

Pues yo se lo voy a decir: en mantener a una institución como la monarquía, con sus dos reyes y sendas reinas (es que aquí somos más papistas que el Papa), 450.000 políticos, 17 gobiernos autonómicos, el Congreso, un Senado que no sirve absolutamente para nada, no sé cuántas diputaciones, más de 8.000 ayuntamientos, y claro, con toda la parafernalia que conlleva todo este tinglado. Así que ya me dirán ustedes si no vivimos para pagar y, para mantener a una mayoría de ineptos que no sirven ni para pegar sellos de correos.