El 8-M no creó el coronavirus. Pudo ser un proceso natural, con el virus rugiente de silencio, o un laboratorio. Pero ni el feminismo, ni el PSOE, ni Podemos, crearon el coronavirus. Eso sí: la gestión del 8-M y de los demás actos públicos permitidos aquel domingo pudo potenciar el contagio del virus en Madrid y España. No hace falta ser golpista ni resucitar a Franco para pensar que esto es una posibilidad. Honradamente creo que, como mínimo, se debe considerar una hipótesis. Tengamos en cuenta que los días posteriores, de entre la gente que iba sosteniendo la pancarta en la cabecera de la manifestación, dieron positivo por coronavirus la vicepresidenta Carmen Calvo, las ministras Irene Montero y Carolina Darias, y la mujer del presidente, Begoña Gómez. Parece ser que la madre de Sánchez, que iba en esa misma primera línea, también se contagió, y el padre de Begoña Gómez. Vamos, un pleno al quince en la primera fila, así que multiplícalo por 120.000 manifestantes. Eso solamente en Madrid. Y sin contar el encuentro de Vox en Vistalegre y, como gustan de recordar los defensores acérrimos del Gobierno, todos los partidos de balonmano, de fútbol y baloncesto, los viajes en autobús y en metro, las misas y hasta algún perol perdido. Sí. Mucha gente. Pero parece claro que el factor de mantener las manifestaciones feministas en toda España -y, a la vez, todos los demás actos, porque no puedes prohibir solo lo que no te gusta, o te interesa menos- fue el 8-M. Así que, como en España parece que han muerto por el coronavirus entre 28.000 personas, según el Gobierno, y 48.000, según el INE, la frase de Pedro Sánchez es inasumible. «Lo digo alto y claro: ¡viva el 8-M». Ante la duda, ante la mera posibilidad de que las concentraciones contribuyeran a multiplicar los contagios, para los familiares de los fallecidos, o por prudencia al menos, es inaceptable escuchar esto. El presidente Sánchez ha pasado de ser el doctor fraude a gritar viva la muerte.

* Escritor