Subían en el autobús, los dos ancianos se reclamaban respeto mutuo, los tonos de voz iban subiendo entre ellos y los rostros cambiaban de color. El sudor reflejaba la tensión que se iba acumulando. El que de forma autoritaria mandaba callar al otro, lo hacía con la clara convicción de que era el más mayor y por eso debía obedecer el que suponía era el más joven; cuando entre ellos, como haciendo un paréntesis en la discusión, se preguntaron la edad, los pasajeros pudimos saber que tenían 95 y 83 años respectivamente. Siguieron enzarzados en una disputa por el derecho a respetar el orden de la fila. Hubo un momento que podían haber llegado a las manos, pero todo quedó, al final, en un despectivo comentario. Una escena violenta e innecesaria que casi provoca comicidad pero que, lamentablemente, se da en muchas situaciones cotidianas, aflorando, como siempre, la condición humana y las personalidades culturales de cada cual.

La violencia social ha estado siempre ahí, se ha entendido como una manera de resolver los conflictos. En el siglo XX la información a través de la prensa especializada como El Caso, nos alertaba de los delitos que se producían, algunos hicieron historia, pero los que estamos viendo todos los días en los informativos son de una violencia extrema, además, según las estadísticas, están creciendo, sobre todo los asesinatos machistas a mujeres y niños, que son los que presentan una mayor relevancia. Lo más preocupante es que los niños son utilizados como chantaje, como venganza entre la pareja, y aquí están representados los dos sexos, antaño no era algo habitual, ahora lamentablemente sí. Este tipo de delitos llevan implícita la perversidad, y el dolor que producen se acrecienta porque se agranda la malignidad.

* Pintora y profesora