Nadie ha restaurado a su morado original la señal municipal, clavada cerca de la Ronda del Oeste, que anunciaba Córdoba como ciudad libre de violencias machistas. Una tachadura pretende corregir el signo y lo reduce a «Córdoba libre de violencia». El palabreo en torno a este problema, con la intención de darlo por resuelto por arte de magia, en un triple salto mortal lingüístico --¡alehop, mujer, abre los ojos a la luz!--, acompaña a la Ley de Violencia de Género desde su concepción (la violencia no tiene género, decían). Es un golpe bastante macarra, porque ya se advirtió en 2004, desde la RAE a las cátedras de Derecho Procesal, que el nombre era un despropósito. La ley es de Violencia sobre la Mujer y tendría que haberse llamado así.

Obedecemos las leyes porque son justas. Lo justo es aquello que contribuye al bien común. Si la LVG es justa, debe ser beneficiosa para todos. Lo que nos lleva a la navaja en la oscuridad: ¿Cómo beneficia a los hombres la ley de violencia de género?

El artículo 1.1 de la Constitución enuncia los valores superiores de todo nuestro Derecho, en un orden muy concreto: libertad, igualdad, justicia y pluralismo político. Estos valores se propugnan, o sea, son por los que el Estado español ha decidido que va a partirse la cara. Toda la alquimia constitucional se realiza con estos elementos. Y así, justicia es situar el valor superior sobre el que no lo es. Libertad sobre esclavitud, libertad algunas veces sobre vida, vida sobre muerte, dignidad sobre inhumanidad, honor sobre infamia. Igualdad sobre desigualdad. En consecuencia, toda desigualdad en nuestro derecho tiene que ser justa.

Nada molesta tanto al que juega con ventaja como tener que reconocer que la misma no es una virtud personal. Para los hombres, lo ideal es pensar que todo lo que había que hacer por la igualdad de la mujer ya está hecho. Eso es mentira y esconde el peligroso razonamiento de que para tratarnos como iguales tenemos que ignorar diferencias evidentes.

Tachar «machista» del cartel es como censurar una investigación más intensa del cáncer que del catarro, por estar en contra de todas las enfermedades.

Sí, estos delitos tienen más pena para los hombres. Solo siendo hombre se puede explotar el elemento de castigo que incluyen: la elección de la víctima por ser mujer. Cuestión muy diferente es que en la aplicación de la ley se hayan consagrado ciertos automatismos, ciertos miedos. El miedo a celebrar juicios, que lleva a pactar conformidades vergonzosas. El miedo a condenar o absolver en ciertas ocasiones, el miedo a equivocarse con una decisión y generar un mal irreparable. Pero esa no es una relación hombre--LVG. Es una relación ciudadano--Administración de Justicia. Y ahí no hay que hacerle al Estado la menor concesión. Nunca.

Vista la estadística judicial, parece que padecemos una enfermedad grave. El feminismo, y también la LVG, son tratamientos. Tal vez sea bueno aceptar el diagnóstico y tomarse las pastillas.

* Abogado