En momentos convulsos como el de ahora, con el anuncio de unas nuevas elecciones generales aún sin digerir por mucho que la cerrazón de los políticos las hiciera previsibles, resultan terapéuticos actos como el celebrado el pasado martes en las Bodegas Campos, con el que su fundación abría la temporada cultural de la mano de ese gran dinamizador social que es Pepe Campos. Se trataba de hablar del vino, medicina de dioses, y de amistad, que puede curar también muchos males; así que todos salimos de allí contentos y en cordial armonía, que ya es de agradecer en los tiempos que corren. Y además no nos fuimos con las manos vacías sino con el libro cuya presentación nos había convocado, Tres nuevos discursos del vino, que reúne textos de Pablo García Baena, Manuel López Alejandre y José Antonio Ponferrada. Una pequeña joya bibliográfica ofrecida por la Diputación y el Aula del Vino de Córdoba, que acompaña unos hermosos textos de aroma y ecos de bodega con ilustraciones de los pintores de Cántico Ginés Liébana -su arcángel venenciador, sello de Correos en 2003, reparte el néctar dorado desde la portada- y Miguel del Moral. Se une a ellos Julia Hidalgo, a quien se debe a modo de homenaje al grupo poético la bellísima reinterpretación en tonos celestes del ángel en blanco y negro de Miguel que presidía la portada del primer número de la revista en 1947.

La obrita, de larga gestación como los caldos con solera, tuvo un antecedente hace seis años en el libro Tres discursos del vino, otro capricho editorial firmado por los mismos autores, que en ambos volúmenes aparecen en una fotografía de 2013 que lo dice todo: el trío, en alegre camaradería cual mosqueteros al servicio de su majestad Baco, sentados en torno a una mesa de mármol de la taberna El Abuelo, brindan con el clásico vaso de medio cordobés, ya difícil de encontrar y al parecer a precio de pieza de museo, que a fin de cuentas es lo que es.

Las fotos, veraces guardianes del recuerdo, pueden dar mucho de sí. En el acto de Bodegas Campos, Luis Ortiz, sobrino de Pablo, evocó las «prosas de ocasión» de su tío, que ni cumplidos los 90 supo negarse a la petición de un escrito -él los llamaba pespuntes-, apoyándose en diversas imágenes vinícolas. Estas iban desde la famosa instantánea en que aparecen los miembros de Cántico festejando en Casa Minguitos la Nochevieja de 1956, emblema generacional de aquella Peña Nómada que revolucionó la poesía del siglo XX, a fotos del archivo familiar en las que el añorado escritor disfruta de las delicias tabernarias con los suyos.

Porque de eso se trataba, de tirar del hilo de la memoria, enredada en racimos de uva y fino Montilla-Moriles. Es lo que hace en su escrito el destacado enólogo Manuel López Alejandre, que se remonta a los orígenes del vino, asociados por algunos estudiosos a tierras bíblicas emparentadas con Noé y su arca. Ese vino presente en la mitología, en las religiones, en las artes, en las ciencias y en el día a día del ser humano, tiene como santuario las tabernas, que en Córdoba son foro filosófico de decires justos y espirituales silencios. Sobre tabernas, taberneros y la evolución de ambos con el paso de los años elabora un tratado lingüístico-sociológico el filólogo José Antonio Ponferrada, que explica curiosidades como la diferencia entre taberna y bar (en el bar, dice, uno no puede meterse en conversaciones ajenas), o entre invitar y convidar (para esto último no basta con pagar, hay que acompañar al convidado), mientras anima a no permitir que se pierdan las esencias. Quizá un vino compartido hubiera puesto sensatez en el sinsentido cada vez mayor de la política.