Tuñón de escribió que, entre todos los krausistas españoles, el más netamente político fue Gumersindo de Azcárate (1840-1917), y basó dicha afirmación tanto por su dedicación académica al campo de la ciencia política como por su experiencia práctica como diputado, muy activo, vinculado al republicanismo de finales del XIX y comienzos del XX, a lo cual se debe añadir su vinculación a un organismo relevante en el campo de la historia social española como fue el Instituto de Reformas Sociales, nacido a partir de los planteamiento de la Institución Libre de Enseñanza, y que él llegaría a presidir. Al igual que Salmerón y Giner de los Ríos, fue apartado de su cátedra universitaria en 1875 y confinado a Cáceres donde dio forma a una obra que publicaría de manera anónima al año siguiente con el título de Minuta de un testamento, del cual se han realizado con posterioridad varias ediciones, la última de ellas en 2017 con motivo de cumplirse el centenario de su muerte, y por ello se realizarán diversas actividades a lo largo del presente año con el fin de recordar la figura de un pensador político quizás algo olvidado. La obra citada tiene una mezcla de elementos autobiográficos y literarios, pero es una pieza clave para comprender los orígenes de su pensamiento político, así como su actitud frente al fenómeno religioso. En relación con esto último, escribió Luis de Zulueta, un mes después de su muerte, que había sido enterrado en el cementerio civil de Madrid, y añadía: «Al católico no quiso que llevasen su cuerpo para no incurrir en una póstuma hipocresía». No obstante, señalaba que su idea era que, cuando fuesen secularizados los cementerios, trasladaran sus restos a León, pero mientras tanto reposaría al lado de Fernando de Castro, Sanz del Río y Giner de los Ríos. Y concluía Zulueta: «No ha habido en España tal vez almas más hondamente religiosas que las de esos cuatro hombres».

No solo Costa se reconocía como deudor suyo, también lo fueron Antonio Machado o Niceto Alcalá-Zamora, quien estudió con él el Doctorado, y lo recuerda con sumo cariño en sus Memorias, donde indica que en una ocasión le reconocía que estaba dispuesto a admitir el sistema hereditario si pudiera dejarlo a él en su puesto docente, a pesar de sus diferencias, puesto que «él, norteño, heterodoxo y republicano, de poder nombrar me nombraría sucesor a mí, andaluz, católico y monárquico». Más adelante reconoce que luego hubo de seguir sus pasos en el campo del republicanismo. De su obra política la que tuvo más trascendencia fue El régimen parlamentario en la práctica (1885), de donde se nutrió Joaquín Costa en sus críticas al sistema político de la Restauración, de hecho en la encuesta que acompaña a su libro Oligarquía y caciquismo hay unas interesantes consideraciones de Azcárate acerca de lo que es el caciquismo y de cuáles son sus mecanismos de funcionamiento en el ámbito administrativo. Pero, a pesar de sus críticas, no deja de confesar su fe en el sistema parlamentario, con palabras que podrían ser válidas hoy: «Con ser tan repugnantes todas esas corruptelas que se denuncian y envolver una verdadera burla social en la cabeza, en el comedio y en el fin, sigo creyendo que no constituyen vicios sustanciales que afecten a la esencia del régimen; que existe remedio para ellas y, por tanto, para el caciquismo».

Resulta interesante volver hoy a los textos de Azcárate, incluso yo diría que conveniente para cuantos olvidan el significado de la tolerancia y desde luego imprescindible para quienes se mueven en el ámbito de la política. Y para los ciudadanos porque nos aleja de la tentación de seguir esa corriente tan extendida de desconfiar de cuanto viene de la política, porque, como él planteó, solo en ella encontraremos remedio para nuestros problemas colectivos.

* Historiador