Será la edad, pues al olvidar por un momento en qué día de la semana estoy al observar tantas caras sonrientes, semblantes alegres tanto en el bar tomando café, como al trasladarme en un medio de trasporte público (sea autobús, metro o cercanías)... Reacciono y me viene a la memoria que estamos en el último día laborable, ¡«estamos en viernes!». Día que ya muchos lo han denominado san viernes. Porque el resto de los días, al menos aquí en la Comunidad de Madrid, todo es silencio, caras alargadas o pensativas y muchas personas con la cabeza bajada manipulando su móvil, o fijos los ojos en la tableta o libro electrónico. Muy pocos con libro de papel o prensa entre sus manos, pero al llegar el «viernes»... la panorámica es otra cosa. La alegría se patentiza, el diálogo se establece y los propósitos de fin de semana se alumbran con esperanza, sin duda compartida, que ya reflejan y adelantan en sus semblantes. Existe un colectivo de personas que mantienen con idéntico temple y semblante alegre del «viernes» todos los días de la semana. Tal vez sea porque ellos y ellas vean y consideren que desde el lugar o puesto de trabajo diario, hallan y encuentren algo más que hacer, sujeto a remuneración o salario... y así lo asumen como un singular «camino sencillo de perfección». Que entre otras cosas, requiere semblantes y corazones permanentemente alegres. Para ellas y ellos todos los días tienen esa «chispa gozosa del viernes... san viernes». Tanto a unos como a otros, he de confesar, que al llegar el «viernes» quedo contagiado, me siento rejuvenecido.