Fueron vientres de la yihad. Su marcha tuvo mucho de captación de secta. Vivian en Inglaterra, Bélgica, Holanda... también en España. Para la mayoría, el yihadismo llegó con un hombre. Una mezcla explosiva de desarraigo, búsqueda de emociones, ignorancia y sombrío romanticismo las llevó hasta el corazón del monstruo. La gran mayoría han sido madres. A eso fueron. Reposo del guerrero y vientre para el estado del Daesh. Muchas han visto morir a sus hijos. El terror que han sufrido y del que han sido cómplices convierte sus cuerpos en un collage de pieles de víctimas y culpables entretejidas. Herido de muerte el estado que quiso retar a Occidente, pero aún con capacidad de matar, el viaje de estas mujeres adquiere aún más trazos de irracionalidad. Muchas llaman ahora a las puertas del país del que huyeron. Quieren volver, pero no todas podrán desprenderse de las pieles que las cubren. En un caso dramático y legalmente controvertido, Inglaterra retiró la nacionalidad de una joven embarazada que quería regresar. Se fue con 15 años. Ahora, ya ha perdido a su tercer hijo. Otra piel más para ese cuerpo que agoniza en un campo de refugiados en Siria. Y un dilema de conciencia para los gobiernos. Una disyuntiva trágica en el caso de los niños. Inocentes engendrados por el fanatismo, atrapados por los crímenes que sus padres alentaron, o cometieron, contra los mismos países a los que ahora piden refugio.

* Escritora