Hubo una llamada que la tierra llamó instante. Tuvo en la contemplación la respuesta, tan merecida como deseada.

Soñar con unas alas de incienso, mis huellas no marcarán el sueño de aquel jardín que dormitaba. De piel suavemente surcada por el tiempo y con la esencia de una brisa amiga, un suspiro, que a veces dejaba escapar como sonrisa de pétalos, como torso de hojas humedecidas por el más íntimo de los cantares. Una pérgola elevaba como en un sueño, zarcillos de una dulce parra que añoraba tocar el cielo. Las teselas de un evocador mosaico, pedían a la lluvia su hermanamiento con la tierra, y por un instante, besar la quietud de la fuente, letras de romance sobre hojas de hiedra, que el Sol guardaba en su chalequillo de lentejuelas. Tan cercano, como a veces creemos lo inalcanzable, expresaba en sus apagados colores, todos los matices que la luz puede engendrar. En la sequedad de sus mejillas, besos de enamorados difuminados en perlas de cal y agua. La serenidad de la armonía, alegórica belleza, espejismo guardado en un abanico que sólo la sensibilidad acaricia, haciendo suya la dimensión de sus palabras.