Apoyao en el quicio de la noche fría… Así he pasado una semana dramática de fiebre, dolor de cabeza, náuseas y vómitos. Noches en blanco, acosado por alucinaciones indescifrables plagadas de números en interminables tablas. Una tortura matemática insufrible sin saber por qué. O quizás sí: haberme alejado imperdonablemente de la poesía y la música y de esa vía de conocimiento directo e intuitivo con la que estas nos conectan al mundo real y cotidiano de los sentidos.

En el fondo, la ciencia y la música tienen el mismo objetivo y solo difieren ligeramente en el método. El objetivo final de todas las formas de conocimiento es conseguir una representación de la realidad que pueda ayudarnos a explicarla, predecirla y movernos por ella. Sobre todo, en los momentos importantes de nuestra vida, donde más necesitados estamos de referencias.

Aún recuerdo aquella primera noche, solo en California, sin nadie conocido en miles de kilómetros alrededor. Me tapé hasta la cabeza y busqué en una vieja radio de onda media hasta que me tropecé con una copla de Rocío Jurado: Punto de partida. El drama de la historia me conmovió y me acompañó como una nana hasta que me quedé dormido. Desde aquel lejano 1992 en que me tropecé con esa copla, suelo escucharla con entrega y devoción cuando me invade la soledad, la tristeza y la desesperanza. Me obligo a recordarme que esa es la naturaleza de este viaje en el que nos embarcaron sin nuestro permiso.

Dicen que la copla no es copla hasta que el pueblo la canta. Qué sentido filosófico más hondo hay en ese comentario. El pueblo no se anda con tonterías. O algo le sirve o no le sirve. Y si lo canta es que le sirve. No es casualidad que los orígenes de la copla haya que buscarlos en aquellos años convulsos de las terribles guerras europeas, y en particular la nuestra, cuando las gentes necesitaban expresar sus miedos, sus penas, sus decepciones, porque ese era el sentir de la vida. Cuando la vida no tiene solución solo nos queda aceptar y cantar su tragedia. Cuando el amor no tiene remedio, solo nos queda aceptar y cantar su trágico destino.

Estos días se reúnen en Córdoba expertos en copla venidos de todo el mundo. Es el X Congreso Internacional de Análisis Textual, organizado por la Asociación Cultural Trama y Fondo. Esta edición, dirigida con su punto de química por el profesor José Miguel Gutiérrez, se plantea bajo el lema de cómo la copla canta el deseo de la mujer. A la inefable e inspiradora Martirio, que ha colaborado como presidenta de honor del congreso, se le han sumado nombres desde distintos campos como Pive Amador, Mercedes Valverde, Matilde Cabello, María Rosal, Juana Martín, Carmen Agredano, Magali Dumousseau, Michèle Frau-Ardon, Alejandro Pineda, José María Palencia. Todos ellos expertos conocedores de alguna de las innumerables facetas que componen la caleidoscópica imagen de la copla andaluza.

Las conferencias y debates han tenido el acertado complemento de un mini ciclo de cine en la Filmoteca de Andalucía, con títulos míticos como La niña de tus ojos, María de la O, Ojos verdes, Carmen la de Triana, El balcón de la Luna, Serenata española o La Lola se va a los puertos.

Nunca me ha parecido mal que algo tan sumamente escurridizo como las expresiones artísticas sean objeto de un análisis objetivo y racional, igual que se hace con cualquier objeto del mundo que forma parte de nuestras vidas. A Johann Wolfgang von Goethe, el escritor romántico alemán, se le ocurrió ponerse a estudiar las nubes y las formas de los árboles. No obstante, preferiría zambullirme en la música y la poesía, y dejar que su conocimiento sobre el mundo me inunde de forma pasiva.

«La mañana me despierta,/ y desayuno un nuevo día/ y lo pinto de colores,/ por si vuelves vida mía/ y me disfrazo de poeta,/ de juglar de Andalucía/ y te busco por las calles,/ y la gente ni me mira...».

* Profesor de la UCO