La joven R. se pregunta si alguna vez será dueña de sus propios datos, de la información que es, en suma, su propia vida, y lanza el interrogante en una comunicación en una red social, cayendo en una contradicción que evidencia la vorágine en la que estamos sumidos. Dice que hasta hace poco no se ha dado cuenta, pero que de repente ha empezado a pensar que, a sus veintitantos años, lleva varios enviando su currículum hasta al lucero del alba -bueno, ella no emplea esa expresión, más bien dice, con humor, que solo le falta enviarlos a la NASA y a los servicios de espionaje de Putin- y su vida viaja por Internet sin que ella sepa a quién ha llegado, ni cómo, ni hasta cuándo. Su edad, su dirección, su teléfono de contacto, su correo electrónico, sus avatares de Twitter e Instagram, su cuenta de Linkedin, su fotografía, su expediente académico, los cursos que ha hecho, su nivel de idiomas, su estado civil, sus estancias en el extranjero, sus prácticas de verano... Y el que quiera saber más solo tiene que meterse en Facebook para ver si hay fotos con su novio, qué hace en su tiempo libre, cómo viste, cómo se expresa y adónde ha ido en vacaciones.

Es curiosa la reflexión de esta chica, no por lo que dice, que es harto conocido, sino porque le sea motivo de inquietud, pues se diría que en la generación más joven el sentido de la privacidad es un concepto superado. Lo cierto es que su preocupación se limita, o así lo explica, a su currículum. No le importa mucho que lo tengan las universidades y las grandes sociedades en las que ha solicitado becas, ya se sabe, el circuito de las multinacionales y grandes compañías, que deben tener normas de protección de datos, como las empresas de trabajo temporal. Pero se pregunta qué habrá pasado con esos correos, con la información que ha introducido en distintas webs o con los simples folios impresos metidos en un sobre que ha distribuido, al menos en ochenta ocasiones, en pequeñas empresas, oficinas, cafeterías y hoteles, firmas de servicios, ofertas de empleo en las que la han citado sin que ella supiera para qué hasta estar delante del seleccionador... Su vida, como la de millones de jóvenes y adultos que buscan trabajo, aireada sin control.