Victoria Díez y Bustos de Molina, mujer joven que amó y vivió intensamente, está presente hoy en nuestro mundo, porque con la fuerza de su juventud, su vida y su compromiso que nos trasmite también al siglo XXI, sigue siendo guía en nuestro caminar diario.

En su tiempo, no menos convulso que el actual, Victoria fue mujer inquieta, atenta a los problemas y necesidades, a las alegrías y esperanzas de todos, entendió la andadura cristiana como una senda con infinitos rostros.

Alegre, con trato abierto y sencillo, resultaba atrayente, dicen los que la conocieron que, «era una mujer prudente, un talento de mujer». Fuerte, valiente y verdadera, sabía llevar su alegría y su gracia andaluza en todo momento; no se le ponía nada por delante, por muchas dificultades que encontrara; afirmaba un compañero: «para ella los obstáculos eran estímulos».

En el campo educativo luchará para elevar la educación, la cultura y la formación humana, para poner en práctica el pensamiento de San Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana, a la que perteneció, llevando a cabo la pedagogía del estímulo y del amor. Todas sus niñas se sentían queridas como «única». Francisco Camacho, vocal del Consejo de Enseñanza, dice de ella: «Fue una excelente maestra; los que éramos amantes de la cultura no teníamos más remedio que quererla». Y los vecinos de Hornachuelos, donde ejerció la mayor parte de su magisterio, atestiguan: «era maestra de cuerpo entero». Un artículo sobre ella en una revista de Brasil, (julio, 2019) expresa: «En magisterio era una revolucionaria de ternura, mucho amaba su profesión y a sus alumnas y por eso llegaba al corazón de cada una».

Como maestra, que era dentro y fuera de la escuela, no solo se preocupó del aprendizaje de los alumnos, sino que se integró totalmente en la comunidad educativa, y en todo lo que hiciera falta, porque el tiempo no era para ella sino para el bien de sus alumnos. Hoy ayudaría a las AMPAS, con diálogo, comunicación, y acompañamiento a los padres en los problemas de: aprendizaje, drogodependencia, abusos sexuales, bullying, etc. Lo haría con dulzura y comprensión, pero también con fortaleza y firmeza, tan necesarias para encauzar a niños y jóvenes.

Se dejó conducir por una fe profunda en Dios, que la llevó a una vida de servicio y fecundidad, no exenta de dificultades y luchas, a veces, con miedos y cansancios. Victoria era consciente de sus sombras y debilidades, pero entendió que el Dios en quien tenía tanta fe, dependía de los cristianos, para demostrarle al mundo que le ama, por eso no se ocupaba demasiado de ella, porque si lo hacía, no tenía tiempo para los demás.

Su opción por los débiles de la tierra, sembrando el bien, cultivando la justicia (trabajó siempre, para que la injusticia no tuviera la última palabra) y la concordia, estaban siempre en su vida, esto, la llevaría hoy a acoger a los inmigrantes, a optar por la población rural, ayudar a las mujeres maltratadas, luchar para encontrar trabajo a los parados. Le preocupó especialmente sacar de la marginalidad a los niños, jóvenes y mujeres de su entorno: «no había pobre que se le acercara que ella no le atendiera con largueza», afirma Francisco Camacho.

Su mirada joven y entusiasta, gozando de buenas relaciones humanas, estaría al día de las redes sociales, siendo usuaria; comunicándose con los demás, haciendo el bien, educando y evangelizando por medio de las mismas.

En la andadura de cada día, Victoria, con una fortaleza increíble en un cuerpo frágil, sabía que estaba jugándose la vida en favor de Dios y de los demás.

Y en su sencillez, una «santa de andar por casa», como decía D. José Antonio Infante Florido (obispo de Córdoba), cuando le pidió al Papa Juan Pablo II que nos la presentara al mundo como guía para el camino, beatificándola, se abre camino en muchos países del mundo que llevan su nombre en centros y proyectos, haciéndose amiga y compañera de quienes la conocen.

Una mujer joven como esta, puede ser del siglo XX, del XXI y de los siguientes con presencia viva en el aquí y en el ahora, con ese coraje de juventud que le acompañó siempre a comprometerse hasta el final, dando su vida por la fe, el 12 de agosto de 1936, cuya fiesta celebramos hoy.

* Institución Teresiana de Córdoba