Hoy nadie se postula para el poder sin decir que es víctima de algo o de alguien. Hagan memoria y repasen de lo visto y oído en lo que llevamos de campaña. Todo el mundo, y no hablo solo de nuestro país, es víctima de algo: de Europa, del brexit, de los extracomunitarios, de los nacionalistas, de los populistas, de la banca, de la policía patriótica, de los taurinos, de los del norte o de los del sur. El caso es buscar un monstruo antes que desarrollar un pensamiento, una idea, un proyecto, una ilusión o un sueño. Se trata de fijar un enemigo reconocible, mediático, con posibilidades de sumar aliados en su contra y a favor del que se declara víctima de aquél. La idea más influyente de Trump, o de Salvini, o de Bolsonaro, o de Puigdemont y su banda, es la del victimismo. Después de Trump, demasiados países se ven a sí mismos como víctimas de organismos supranacionales, de la OTAN, de la ONU, del FMI, de la Unión Europea, de la Rusia de Putin o del auge de los países asiáticos. Una actitud ante la vida que, como todos saben, no siempre va como quisiéramos, pero permite acallar el grillo de nuestra mala conciencia: el infierno son los otros, como sentenció Sartre. De tal forma que muchos comerciantes culpan a los chinos del declive de su negocio, los taxistas a los vehículos con conductor, los libreros a Amazon y los taberneros al exceso de licencias de hostelería. Por no bajar al navajeo político de las oposiciones al Congreso donde ningún aspirante es culpable de nada, ni por acción u omisión de él mismo o de su partido, porque siempre serán los contrarios quienes no cumplieron lo prometido, quienes metieron la mano y el cazo, quienes hicieron dejación de funciones o los que provocaron al electorado. Lo estamos viendo también en los pobres debates electorales que nos ofrecen, donde las palabras más repetidas son siempre mentira y yo no he sido. Y no se dan cuenta que el victimismo no es bueno, ni sano ni por supuesto elegante. El victimismo, aún justificado, perpetua el dolor y cultiva el resentimiento, como sostiene Daniele Giglioli, experto en literatura comparada, autor de Crítica de la víctima (editado por Herder), libro muy recomendable para quienes con demasiada ligereza van otorgándose la categoría de víctima en la sociedad contemporánea. Este profesor italiano propone que la idea sanadora es acabar con el dolor, la queja, el lamento infinito. Quienes nos han precedido, incluso los que sufrieron de verdad por nosotros, lo hicieron para que fuéramos felices, no para que continuáramos su dolor utilizándolo, a veces, como martirio propio y en ocasiones como arma arrojadiza. Y basta de esperar de los otros un cambio de actitud, oigamos a los poetas: «ninguna respuesta esperes que no sea la tuya», Bertold Brecht.

* Periodista