Cuando escribo estas líneas me dicen que acaban de salir de Cádiz rumbo a Córdoba. Vienen en autobús, luego habrán llegado casi al filo de esta madrugada. El pabellón deportivo de Vista Alegre los espera lleno de camillas, montadas por los voluntarios de la Cruz Roja que, con diversos apoyos y vituallas, los atenderán en el margen de 48 horas de su estancia. Irán partiendo hacia sus destinos, pues, pese a la locura precaria y arriesgada de su viaje en lanchas y pateras, traen desde sus lugares de origen un objetivo, personas de contacto, gente que los espera. Córdoba podrá de nuevo, por unas horas, compartir el tremendo esfuerzo que se está haciendo en las costas andaluzas, especialmente la gaditana, para socorrer a estos inmigrantes que huyen del hambre, de la guerra o de la persecución. Son los mejores de entre los suyos, los más inteligentes, los más fuertes. A veces, sus familias han reunido el dinero para que puedan partir, aunque en esta Europa opulenta poco empleo y pocas oportunidades hay para ellos. Pero más que en su África de origen. Córdoba ciudad acogedora, recibe a un grupo que no es de turistas, y les ofrece lo que puede, atención y refugio momentáneo. Córdoba es tierra solidaria para muchas cosas, pero poco puede dar al que busca trabajo y futuro, con sus propios hijos --los mejores, los más inteligentes, los más preparados-- camino de otros destinos. No puede compararse, pues aquí no está el infierno, solo el tardío calor del tardío verano. Pero ellos son viajeros de paso, a los que deseamos el mejor de los futuros.