El Partido Popular ha salvado los muebles en las elecciones de mayo. Han perdido muchos votos, pero los pactos podrían permitirles mantener cierto poder en instituciones importantes. Ese titular, y no la catástrofe que en algún momento todos auguramos, le ha dado a su líder una tregua, a pesar de que los buenos resultados se han registrado en lugares por los que él no apareció y las siglas, tampoco. Pablo Casado tiene una prórroga, una nueva oportunidad de afianzarse al frente del partido y de cuajarse en la oposición. Sin embargo, para llegar a buen puerto, antes tiene que decidir qué quiere ser. Y ahí no lo va a tener fácil. Hasta ahora nos ha enseñado dos caras. Por un lado, la del alumno de Aznar, la persona que hacía bandera de los temas de conciencia, como el aborto, y aquel que ofrecía ministerios a Vox. Y por el otro, la del candidato asustado en noche electoral que orilló a Aznar, ignoró en la siguiente campaña el asunto de lo que llevan las mujeres dentro, y se refirió al partido de Santiago Abascal como «ultraderecha». Siempre he dicho, y lo mantengo, que por lo que yo conozco al líder del PP, él se siente más cómodo en la primera versión. Lo que ocurre es que su autoridad interna no está consolidada y los barones más importantes no comparten casi nada de lo que hace Casado. Por otra parte, justo después de los comicios del 26-M, le ha dado por decir que ahora empieza «la refundación» del centroderecha en España. Tiene mucho peligro relativizar así según qué términos. Sobre todo, porque dicho proceso pretende llevarlo a cabo cuando necesita a Vox para gobernar en la mayoría de las plazas. Va a ser muy complicado seguir vendiendo que eres de centro pactando con los que él mismo consideró un día radicales de derechas. Vender que va a emprender una refundación en semejante posición de debilidad, solo puede ser considerado como un ejercicio temerario. Casado está siendo rehén de sus propias contradicciones, vaivenes y comercialización de sus principios. Bien cuando los dejó en manos de la Fundación FAES, bien cuando forzó las fotos con Núñez Feijóo después del batacazo de las generales o bien ahora, cuando ya se encuentra entre la espada y la pared, entre lo que él es y lo que el partido quiere que sea. Los barones no entienden por qué rechaza las ventajas del reciente giro al centro.

En mi opinión, Casado actúa como si reconocer que otros tienen razón fuera un sinónimo de debilidad. Precisamente, lo que le resta fuerza como político es negar lo que todos hemos visto: hubo un cambio de estrategia y las cosas han ido mejor cuando no se presentaba él. A ver cómo se maneja.

* Periodista