Como cada año, la llegada del otoño nos ha traído el regalo de una nueva edición de Cosmopoética que hoy baja el telón, volviendo a poner el contrapunto intimista, de sosiego y de autenticidad ante la prosa de una realidad acelerada, con sus conflictos políticos, sus incertidumbres sociales y retos tecnológicos, de manipulaciones y postureos exhibicionistas que se venden en los escaparates de la sociedad pues, para demasiados, la vida no vale por lo que es, sino por lo que aparenta.

Hay dos cosmopoéticas. La oficial que aborda su decimosexta convocatoria, que sitúa a Córdoba en el epicentro cultural, con su panel espectacular de autores noveles y consagrados, con su planteamiento abierto a otras disciplinas como la música, la pintura, la narrativa, la fotografía; y a todos los públicos, menores y adultos. Con sus dinámicas de intercambios, exposiciones, conciertos, talleres, lecturas y laboratorios. Con el Reino Unido de invitado este año, y la participación estelar de la Nobel de literatura Svetlana Alexiévich, que reinvidicó el papel «del hombre pequeño» como protagonista de una historia que ha terminado con el relumbrón de los héroes y los líderes omnipoderosos.

La periodista bielorrusa señaló que «la poesía no solo está en los poemas, sino en todas partes, ocupa todo el espacio de la vida». Y aquí reside la otra Cosmopoética, la de todos y cada día, la de nuestros sentimientos profundos, la del bálsamo a nuestras heridas que nace del dolor, como diría Borges. Podríamos preguntarnos si es actual la poesía. En un mundo utilitarista como el nuestro, donde va primando la eficacia, la inteligencia artificial y los algoritmos, ¿para qué sirve la poesía? Como indica el poeta Romero Barea: para profundizar en el sentimiento, para iluminar las palabras, para activar una oleada de emoción en forma de música, para comprometerse con la realidad, para aislarse de ella, para cantar en voz alta, para despertar a la sociedad, para que esta duerma, para informar y deleitar, para iluminar el mundo... Ser poeta es una manera de observar, de darse cuenta de las cosas, de verlas de otra manera. Un buen poema mira de cerca la realidad, logra ese raro milagro que es verlo todo por primera vez. Los demás placeres (la carga emocional, el deleite lírico, el encanto intelectual) son añadidos. En palabras de Joan Margarit, es preciso rastrear la poesía por hospitales y juzgados, luego ya hablará la amada.

Frente a la era de la sin/razón, a los ruidos ensordecedores, a las luchas ideológicas, a los sectarismos y clasismos, absolutamente todos nos reconocemos en un verso, en ese aprendiz de poeta que llevamos dentro. La poesía constituye esa otra universalidad identitaria que pocas veces escuchamos, la del sentimiento que anida dentro de todo ser humano frente a las grandes cuestiones de su existencia, el verso libre de cada uno dentro de la gran sinfonía de la vida.

* Abogado y mediador