El 28 de junio de 1914 tuvo lugar el atentado contra el archiduque Francisco-Fernando, heredero de la corona del imperio austro-húngaro. Dicho magnicidio fue el detonante de la denominada Gran Guerra, y que hoy conocemos como Primera Guerra Mundial. Fue un conflicto largo en el tiempo, que culminaría con la firma de armisticios que luego desembocarían en la Conferencia de Paz de París, iniciada en enero de 1919, y cuyo primer tratado sería el firmado con Alemania el 28 de junio de 1919, justo a los cinco años del atentado de Sarajevo, y por tanto el próximo viernes se cumplirán cien años de dicho acuerdo. El acto tuvo lugar en la galería de los espejos de Versalles, lo cual no era algo casual sino que tenía su valor simbólico, puesto que en ese mismo lugar, en 1871, Guillermo I era reconocido como emperador alemán y unos días después Francia capitulaba ante el ejército de Bismarck, que entre otras cosas impuso la anexión de Alsacia y Lorena para el nuevo Estado alemán. Por tanto, en 1919, por parte de Francia no actuaba tan solo la memoria histórica de aquel acontecimiento, también se podría decir que se produjo una cierta revancha histórica, a la que se le añadieron otros elementos propios de lo acontecido a lo largo de la guerra, pero en cualquier caso es destacable que una de las reivindicaciones innegociables por parte de Francia en 1919 fuese la recuperación de Alsacia y Lorena.

Uno de los documentos que tuvo influencia en el conjunto de tratados, y en particular en el de Versalles, fue los denominados «14 puntos de Wilson», que este presidente de los Estados Unidos presentó al Congreso de su país en enero de 1918, pero cuyo contenido se gestó a partir de algunas iniciativas de sus colaboradores a lo largo del año anterior. Sin embargo, a la hora de participar en los tratados que se firmaron en París, y especialmente en el Tratado de Versalles, Wilson renunció a algunos de sus planteamientos, siempre por un afán de preservar su proyecto de Sociedad de Naciones, y conseguir que se firmara el pacto que daría nacimiento a la misma. Sobre su participación en Versalles, encontramos diversas opiniones: François Fejtö (Réquiem por un imperio difunto) opina que «lejos de ser un cándido, un utopista irrealista, fue, al contrario, un hombre mucho más informado y mucho más clarividente que los dirigentes políticos franceses, británicos e italianos de la época. Pero era un hombre agotado, débil»; mientras que John M. Keynes (Las consecuencias económicas de la paz), presente en aquellas conversaciones, dice: «No sólo no traía proposiciones detalladas, sino que en muchos respectos estaba incluso mal informado de las circunstancias de Europa. Y no sólo estaba mal informado, lo que también era cierto de Mr. Lloyd George [premier británico], sino que su espíritu era tardo e inadaptable... Pocas veces habrá asistido un hombre de Estado de primera fila más incompetente que el presidente a las agilidades de la discusión de un Consejo».

Tras la firma del tratado, Alemania sufrió pérdidas territoriales (entre ellas todas sus colonias), se le impusieron condiciones para el desarme, así como unas elevadas indemnizaciones (Churchill las calificó de «malignas y absurdas»).

Pero lo que causó mayor indignación entre los alemanes fue la cláusula 231, en virtud de la cual se establecía la responsabilidad de Alemania en el conflicto, es decir, su culpabilidad.

Por todo ello lo establecido en Versalles, más que un tratado, fue un verdadero Diktat, que la nueva República aceptó el 23 de junio y firmó cinco días después. Aquello sirvió para fomentar el discurso ultranacionalista y antidemocrático que llevó al poder a los nazis y con la perspectiva del tiempo nos indica la necesidad de cuidar las formas en el ámbito de las relaciones internacionales.

* Historiador