Te veo cabizbajo, y si hablas, es para exclamar que cuándo acabará este virus y puedas abrazar a nuestros nietos y seguir con tus costumbres. Y yo callo, porque necesitaría decirte que llevamos años en este encierro. El covid solo es la plasmación del virus real que hemos creado para aislarnos y no tenernos en cuenta. Lo padezco cada vez que te estoy hablando y te suena el móvil, y lo coges, y contestas a otro mensaje intrascendente, otra llamada de nada para nada, solo para mantenerte el virus de tu ausencia. Dejas a quien tienes presente, a mí, a nuestros hijos, por cualquier ausente que en ese momento se le ha ocurrido mandarte otro mensaje con otra tontería y otro muñequito, que reenvías para aliviar la pereza de expresar. Ahora yo ya sé de sobra que ese ausente tan presente puede ser tu amante o la historia que en ese momento tengas con no sé quién ajeno, con otra lejanía, y me niegas otra palabra, otro abrazo, y se lo niegas a nuestros hijos y a nuestros nietos. Es el virus de deshumanización que llevamos inoculando y practicando tantos años. Éste que te estorba solo es el reflejo del letal, y ni siquiera te lo tomas en serio; solo te quejas en tu egoísmo y tu pereza de conciencia, y vuelves a coger el móvil, a dejar otra conversación que tenemos, a negarme la existencia en la mesa, en la cama, en el coche, en la televisión, en un paseo, en un problema, en un sentimiento. Siempre tú y tu estúpida pantallita de iconos y de luces, que te abduce y te posee, te engaña haciéndote creer que no estás solo, que estás muy libre y muy comunicado, cuando la realidad es una niebla triste, por más que me la niegues y la eludas. ¡Cuántas palabras sin decirnos! ¡Cuántas caricias para nunca! Y luego, cuando el tiempo te lleve a ti también, ¿qué vida habrás vivido en ti? Y vuelves a acercarme, y suena otra vez la musiquita de tu móvil, y te vas sin decir nada, y te metes en tu pantallita, sonríes a no sé qué mensaje, tecleas y me mientes sobre quién te ha alejado de saber que estoy ante ti, y te hablo, y te necesito, y me necesitas. Pero tú siempre vuelves a no estar, porque te crees muy lejos y muy libre, y, por eso, cuando te pongas la vacuna, olvidarás este tiempo y seguirás más incomunicado; contra este virus tuyo sí que no habrá nunca un antídoto.

* Escritor