Conocí a Victoriano Fernández Asís en la redacción del diario Pueblo, donde escribía editoriales y lo que entonces llamaban «artículos de fondo». Recuerdo lo que decía sobre la publicidad y la información. Admitía que la publicidad no tiene por qué ser totalmente verídica pero la información sí debía siempre buscar la verdad. Existe en el organigrama de la jefatura del Gobierno un departamento al que hoy muchos llaman «fábrica» o, también, «factoría». En el pasado dependía del portavoz junto a las relaciones públicas. Pero hoy supera en personal y presupuesto a cuando Josep Meliá ejercía de portavoz de Adolfo Suárez. La técnica del marketing comercial lo aplica férreamente la «fabrica», en el marketing político, a la hora de vender ideas y toda clase de apelaciones dirigidas a la opinión pública. Lo hacen magníficamente y ahí tenemos el ejemplo de Fernando Simón. Se ha creado un personaje que cala en la gente de a pie: desaliñado, voz entrecortada, tranquilo, capaz de decir sobre la pandemia lo que desea el Gobierno. Para ello, se ha tergiversado su currículo; no es doctor como él mismo, al fin, acaba de confirmar: «Soy un simple médico». Pero ya no importa, está amortizada su figura. Se elude trasmitir a una sociedad, ya deformada por las cadenas de televisión, aquello que decía Fernández Asís sobre la información: la verdad. La ética ha sido sustituida por la perversión del lenguaje y, por lo tanto, por la manipulación de las conciencias. Esta manera de actuar es como el alzhéimer. Se recuerdan los muertos de hace ochenta años y se olvidan los de la ETA tan recientes.