Hace justo poco más de un año afirmaba que muy probablemente aquel artículo que dedicaba entonces, por cuarto o quinto año consecutivo, al fenómeno de la Resurrección, sería el último. Aquí mismo podéis comprobar qué lejos estaba de la Verdad aquel enunciado que formulaba entonces. Eso sí, prometo a los lectores que cuando lo formulé tenía la intención de que su valor de Verdad estuviese no solo en las palabras mismas que enunciaba, sin duda verdaderas porque las enuncié, sino también en el contenido del mensaje que enunciaban. Aquí es donde ya se puede poner en serias dudas mi mensaje, incluso se puede afirmar que ha sido un mensaje falso. Pero, repito, no tuve la intención al emitirlo de no llevarlo a su absoluto cumplimiento. Con esta entrada, que me viene como anillo al dedo, y dado que reflexiono junto a mis alumnos de Segundo de Bachillerato durante este último trimestre de curso sobre Lenguaje y Verdad, quiero aún dedicar unas cuantas líneas más a este asunto (ya no me atreveré a decir que sean las últimas) y girar un poco más la tuerca en lo que constituye el elemento diferencial de esta religión respecto de otras religiones o de otras realidades históricas que se presenten con la tesis de que existe una realidad distinta de ésta.

En esta ocasión no me centraré, porque ya lo hice en artículos anteriores, en los problemas espacio-temporales que conlleva la Fe en una vida eterna. A ellos os remito. Esta vez quiero concentrar mi atención y la vuestra en la relación entre Lenguaje y Verdad que se desprende del texto del que depende todo el Cristianismo, el Nuevo Testamento. Dicho sea de paso, y así insisto a todo mi alumnado, la obligación de todo cristiano no solo es creer sino también investigar sobre la Fe que se profesa para que dicha Fe sea incluso más poderosa aún cuando sea más oscura. El corpus neotestamentario nos ha lanzado a lo largo del tiempo multitud de interrogantes, de los que, por cuestión de espacio, nombro unos pocos: ¿cuándo se ha escrito, cuál es el intervalo temporal en el que se encuadran los textos neotestamentarios? ¿Para quién o quiénes se han escrito, con qué intención? ¿Quiénes son los autores de los diferentes libros que componen este corpus? ¿En qué lengua están escritos? No vamos a responder a estas preguntas porque ya hay mucho investigado y escrito sobre ellas. Valga como ejemplo, ya muy estudiado y aceptado, el interés de los escritos firmados bajo la autoría de Pablo en que el Cristianismo sea una nueva religión que sustituya por completo al Judaísmo, cuestión que no consiguieron estos textos aunque sí la separación total de ambas instituciones religiosas. Así podríamos seguir, permitidme el atrevimiento, hasta casi quedarnos sin Verdad alguna que se pueda desprender de nuestro texto fundacional y fundamental.

Entonces, si es muy poco probable que la Verdad en el Cristianismo se desprenda del corpus neotestamentario, como tampoco lo fue decir que mi artículo del año pasado, iba a ser el último sobre estos asuntos, ¿cuál es entonces la Verdad o de dónde procede si no lo hace atravesando el lenguaje? No quiero recordar ahora, aunque puedes echar un vistazo a lo que Nietzsche decía acerca del lenguaje humano y con quién lo comparaba. No lo voy a recordar porque, como decía Santa Teresa, son ahora tiempos recios hablar o escribir sobre ciertas cuestiones. También puedes consultarlo si te interesa. No quiero, sin embargo, dejar al lector con un no sé qué que quede balbuciendo. Si la Verdad no procede del lenguaje es posible que sea anterior a cualquier lenguaje, a cualquier enunciado de cualquier lengua o que incluso sea el lenguaje mismo en cuanto palabra primera. Leed el comienzo del Evangelio de Juan.

* Profesor de Filosofía