Somos el resultado de lo que hemos vivido. Einstein ya decía que el tiempo es relativo y yo añado que lo verdaderamente importante es lo que ha sucedido en ese tiempo, no el tiempo en si mismo. Con los veranos pasa lo mismo.

No recuerdo, ni falta que hace, cuánto ha pasado desde aquellos veranos en los que contaba los días para montarme en el Simca familiar y más tarde en el R12 amarillo con aquel techo negro tan chic para emprender el viaje a la playa, siempre la misma pero siempre con tan sorprendente resultado.

Las maletas rebosantes atadas en la baca con las sillas de playa de hierro, la música de casete que nos peleábamos por poner, las tostadas de Fernán Núñez en la primera parada, el aire caliente que entraba por las ventanillas, los churros de Lucena en la segunda y todo ello para encarar con energía aquel puerto infernal de curvas que era la Cuesta de la Reina, último escollo para llegar a Malaga después de no menos de cinco horas desde la salida de madrugada.

Pero lo que aún quedaba era lo más maravilloso porque en aquella carretera serpenteante que bordeaba el mar, última etapa para llegar al destino final, la brisa, el olor a mar y a risas estaba ya al alcance de la mano, esa mano que sacaba por la ventanilla como queriendo tocar con urgencia lo que para mí era el verano. Cuando tras aquella curva veía el toro, negro, desafiante, encima de aquel risco, dominando la costa y los cañaverales, me invadía una explosión de felicidad. Habíamos llegado y el verano empezaba ahí. Veranos de cubo y pala y siestas infinitas y más tarde de moragas con sangría inundada de melocotón, de noches de luna llena, de amores de un día, de tardes de sol y meriendas de palmera de crema; veranos de nivea y aceite uve, de cine de verano y bocadillo, de bailar hasta el amanecer y de lubumbas; veranos en los que ir al Tívoli era una fiesta y una rutina el espeto de mediodía y el «quitapenas» de Cómpeta con su tapa de bacalao.

Ahora me monto en el coche automático y cuando a poco más de hora y media diviso el toro desde la moderna autovia y veo que aun desvaído sigue ahí abajo, dominando el mismo risco, siento que el tiempo no importa. Mi entusiasmo está intacto porque no vuelve otro verano sino que soy yo la que vuelve cargada de recuerdos.

* Abogada