Lo mismo que el ir cada día a la escuela a aprender desde pequeños es una de las obligaciones más sagradas de la humanidad el verano y su dolce far niente deberían estar escritos en la constitución de la vida como un mandamiento ineludible. De esa manera nuestros padres hubieran conocido la playa y descansado de tantas obligaciones inexcusables. Cuando éramos chiquillos nuestro verano eran las albercas de las huertas de nuestros amigos y el no tener que aprendernos nada. Nuestros padres, sin embargo, seguían trabajando en la barbería, segando o cogiendo garbanzos. Eran los tiempos de toda la vida, aquellos en los que el trabajador no tenía derechos sino, a lo sumo, el permiso para hincarse de rodillas para alabar la generosidad del amo. Tiempos en que, si acaso, eran los chiquillos los únicos que correteaban calles o se iban por esos caminos a cazar lagartos. El trabajo justo, y bien pagado, estaba por Francia y Alemania porque en España solo tenían derechos los ricos y quienes seguían a Franco. Por eso los veranos eran otra cosa, días de sol pesado en los que el sudor era lo único que refrescaba cuando se secaba. A partir de noviembre del 75, cuando se murió el dictador, algo empezó a respirar España con la recuperación de derechos. Y las playas comenzaron a ser no solo para turistas sino también para bastantes españoles. Era la famosa Transición, que tanto se ha discutido entre quienes nacieron con ducha y water, que empezó a tratarnos a los españoles con igualdad, servicios sociales, sanidad, transportes, pensiones e inventó el Imserso, las vacaciones para nuestros abuelos, que nunca las tuvieron. Por eso la necesidad del verano y de unas vacaciones obligatorias como filosofía de vida deberíamos inscribirla en el interior de nuestra cabeza y nuestro corazón como lo hemos hecho con el ir a llevar a los chiquillos a la escuela todos los días. El verano son las piscinas de los pueblos, algo de playa, la siesta, las novelas que teníamos guardadas y la charla con amigos que también visten pantalón corto haciendo senderismo o en la terraza de un bar. El verano es la obligación de dejar de pensar por un tiempo. Y de disfrutar casi con frenesí.