Inés encuentra una lógica explicación: «No he sabido ser normal», o algo así le ha dicho a su madre después de haber tenido que volver del campamento de verano de inglés. Se encoge el corazón al leer el testimonio de esa madre que habla con energía y serenidad, pero que debe de estar rota por esa vida de su hija, que, con una discapacidad, tiene ante sí dos enormes cuestas: la de sus propias dificultades y la del rechazo social que se le anuncia cuando apenas tiene once años. Las niñas con las que tenía que compartir habitación en el campamento no la querían con ellas y se quejaron a sus familias. Y sus familias, parece ser que sus mamás, se quejaron al campamento. ¿Así se educa ahora a los chiquillos? Siento pena por Inés, por su verano frustrado, pero estoy segura de que muchas personas se preocuparán de hacérselo más feliz. Más pena siento por esas dos niñas y su futuro de hielo.