«Él sabe que un Dios más fuerte/ con la sustancia inmortal está jugando a la muerte,/ cual niño bárbaro. Él piensa/ que ha de caer como rama que sobre las aguas flota...». Estos versos son de don Antonio Machado, pero perfectamente los podía rubricar otro gran poeta, don Antonio Gil. Coloquios con un monje poeta, es su nueva obra literaria. Nada más comenzar la lectura sientes que la vida florece. Este libro es otro obsequio que nos ofrece el sacerdote. Es una experiencia táctil. Lectura depurada, regeneradora. Su magia subyugante y su capacidad de emocionar enmudecen al lector. Estos «coloquios» a modo de entrevista son el resultado de una serie de viajes del escritor al Monasterio de Silos, y de su amistad con un monje benedictino, el padre Bernardo García Pintado. El monasterio es una joya arquitectónica, una sinfonía en piedra. El periodista nos vuelve a mostrar su talento, compromiso y su poderosa energía, superándose y dando lo mejor que sí. Es un referente, maestro de maestros. La escritura es un refugio, y aborda el proceso con brillantez. Es un texto adictivo, gratificante, que entrena la mente. Desprende una luz intensa, narra con imágenes. Atrae a las almas en busca de pureza.

Coloquios con un monje poeta es un ejemplar con voz propia, que nos ofrece argumentos sanadores, que encierran mucha sabiduría. Con un lenguaje inmaculado filosofía y poesía se dan la mano, mostrándonos escenas de trascendencia vital y vicisitudes personales. Hay capítulos dedicados a los jóvenes, a la voz de Dios, a la familia, a la cuaresma, etc. Hay fragmentos insuperables: «¿Qué pondría en su equipaje para ‘la otra vida’? --Colmaría el equipaje de amor hasta rebosar». «¿Cuál sería el epitafio que le gustaría que pusieran sobre su tumba? --Niño travieso, mimado de Dios». El escritor nos abre la ventana de su corazón dejándonos ver los cimientos de la vocación, sobre los que se edifica el poder de la palabra profundamente libre, sin contaminar. Código de sombras sin edad ni reflejo que toma conciencia del paso del tiempo que aprende del silencio, guardando la distancia. Contempla y captura para siempre la vitalidad adherida a los afectos y la historia, restableciendo las verdades indestructibles. Hay párrafos que son el trayecto vital poseído por un nevado invierno literario, que resucita la esperanza abierta en canal. El humo desnudo mima y cuida a las dudas que buscan certezas. El trébol de tres hojas cambia de piel, se asoma al vértigo, abre fuego, vacía su alma. Gil posee una dilatada y fructífera trayectoria profesional. «...devanado a sí mismo en loco empeño./ Mástil de soledad, prodigio isleño,/ flecha de fe, saeta de esperanza./ Hoy llego a ti, riberas del Arlanza,/ peregrina al azar, mi alma sin dueño./ ... mudo ciprés en el fervor de Silos». (El ciprés de Silos, Gerardo Diego).