Veo cómo quieren apagarte, pequeña Venecia, trozo de Paraíso convertido en erial. Tus árboles, que destilaban leche y miel, no tienen frutos que darles a tus hijos, sólo pulpas resecas de miseria y desesperación; tus animales, que fueron marcados con sus nombres verdaderos, mueren despavoridos, vuelan a otros cielos; el abandono los convierte en monstruos que devoran ausencia y tierra envenenada. Tus grandes ríos ya no llenan de vida las montañas: se precipitan a la muerte en cascadas detenidas en su propio vértigo. El azul diamantino de tu cielo ya no sabe dónde depositarse para acunar tus nubes, tus lluvias y tu sol. Nadie puede mirar a tus amaneceres ni a tus mares, y deambulan las olas sin barcos que les traigan la concordia; los atardeceres se apagan en una extraña soledad hacia horizontes de regresos imposibles. Se rompe la luna en muchas lunas, silencio entre silencios. Tus estrellas te buscan, se extravían, ya no saben leer tu destino en tantos siglos de gentes que acogías. ¿Qué serpiente se enrosca en tu alma legendaria hasta ahogar tu árbol de la vida? ¿Qué exhala esa boca de colmillos infectados, alientos de vacío? ¿Qué miente con sus ojos de brumas y de vaho, con su lengua venenosa, su ciénaga de agua corrompida? ¿Qué saurio te expulsó de ti misma a la violencia, al terror, a los abismos de la nada? ¿Qué escamas como costras exiliaron tus hogares? Y así, día a día, te desangras de tus hijos. Su melancolía y su tristeza se los va llevando el mundo, desarraigados, sin rostros, sin miradas, sin recuerdos, porque añorar es una llaga abierta entre otra llaga y otra llaga. Se callan sus canciones; se apagan palabras y sus pasos, deambulan en otras ciudades, otras calles, otras voces que no los reconocen. ¿Cuántas habitaciones quedaron vacías a las que ya nadie regresa? ¿Cuántas aceras se perdieron en esquinas, cuántos parques sin enamorados? Tus retoños ¿cómo podrían empezar a vivir de nuevo si se quedaron sus raíces en el adiós de muchas muchas leguas? ¿Dónde engendrar nuevos hijos, nuevas palabras, nuevos encuentros si no existe otro árbol de la vida más que el de la patria? Pero no podemos sufrir sin esperanza. Levanta de nuevo el susurro de tu tierra, grita vida, porque tu alma no morirá nunca y volverá a fluir el río de tu historia.

* Escritor