Los 545 diputados electos de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que debe redactar la nueva Constitución venezolana se reunieron ayer por primera vez en Caracas. Fue una demostración de fuerza del chavismo. La primera sesión sirvió para elegir al presidente de un cuerpo constituyente elegido en un proceso electoral más que irregular, con el rechazo de gran parte de la comunidad internacional y con la animadversión de la oposición, cuyos principales líderes están encarcelados. Un escenario que hace imposible sostener que el proceso constituyente venezolano sea democrático. La dualidad de poder (el Parlamento dominado por los antichavistas arrogándose la representatividad y el poder judicial en contra de la ANC) no hace más que ahondar la peligrosa polarización que vive la sociedad venezolana, con la violencia al alza en las calles. Símbolo de lo insostenible de la situación es que en un mismo edificio conviven la ANC y la Asamblea Nacional dominada por la oposición. Tiene razón la diplomacia del Vaticano cuando, tomando posición en un conflicto en el que trataba de ser un mediador neutral, afirmaba ayer que la ANC en nada contribuye a la reconciliación, sino más bien lo contrario: a aumentar la tensión, como puedo comprobarse ayer. No hay salida en Venezuela que no pase por reemprender el diálogo entre los chavistas y la oposición. Cualquier otra medida solo acerca el país al abismo.