Un relato que no es nuevo, pero sí para muchos, y para mí la primera, porque hay palabras que no las hemos oído nunca y que nuestro vendedor lleva en el saco. Vemos: Había una vez un hombre que se llamaba a sí mismo «Vendedor de Palabras». Con su mercancía a cuestas recorría calles y plazas voceando: Vendo amor, paz, tolerancia, belleza, relatores... Un transeúnte que lo escuchó se acercó y dijo: amigo, te compro la paz. ¿Cuánto pides por ella?. El vendedor le contestó: ¡vaya, has ido a elegir la palabra más cara! No importa. ¿Cuál es su precio? Su precio, amigo es nada más y nada menos que tener ganadas tus propias guerras. Animado el público, se alzó otra voz que preguntó: ¿cuánto pides por el amor? Por el amor --contestó el vendedor-- no puedo pedirte nada, porque el precio del amor es amar sin precio. ¿Y la tolerancia?, preguntó un tercero. Quiero ser tolerante con todos. La tolerancia no está en venta. De cualquier forma, si la deseas, te la regalo, pero ten en cuenta que si la necesitas, jamás serás tolerante. Una mujer joven, con gran entusiasmo dijo: yo te quiero comprar la belleza. A ver, ¿qué vestidos llevas? ¡Te compadezco, mujer! --exclamó el vendedor-- La belleza, cuando menos vestida, mejor vestida está. Un joven, exclamó: ¡lo de relatores me suena bien! ¡Quiero uno! Pero, por favor, dime para que me sirve. El hombre sonrío y contestó: para nada. Si acaso para enfrentarte con otros. Un hombre indignado exclamó: Tú no vendes palabras ni vendes nada. Vete de aquí. El vendedor dijo: Llevas razón: las cosas que yo proclamo no son mercancía de compra y venta, porque son dominio del alma, pero ya puedo retirarme; he comprobado que sí hay compradores de palabras.

* Maestra y escritora