Cuando se dividen las sociedades es imposible el diálogo y se aplasta la concordia. Fijémonos en el fenomenal espectáculo que nos ofrecen en los últimos meses un Reino Unido a palos a propósito del brexit. O el atasco catalán. En Europa crece la división, la rabia y el odio en la práctica totalidad de sus estados; los países del norte y el centro contra los del sur (los nuevos vocingleros extremistas alemanes señalan a la Italia de Salvini como la otra Grecia); los occidentales contra los del este, y viceversa.

Los politólogos más afanados pronostican un alud autoritario que no podrán detener las élites con sus partidos cuarteados y sin aliento, con unas administraciones burocratizadas, las empresas nacionales, y no digamos los trabajadores, desorientados y asustados por el empuje de las grandes tecnológicas, la banca informal (fondos de inversión) y un vendaval de beneficios que no paga impuestos...

Para colmo, economistas de lustre e influencia que hasta ayer se autodenominaban seguidores de las doctrinas keynesianas, comienzan a bajarse de la peana posibilista sosteniendo que Europa no podrá soportar la huída hacia adelante de un Gobierno italiano que escoge confrontar con Bruselas como un carnero. Así que en pocas semanas, cuando Merkel anuncia su retirada, su economía frena y enfría el crecimiento de la UE, la niebla del pesimismo sube de los valles hasta los palacios entristeciéndolo todo.

En estas ocurre que una España a contracorriente, como Portugal, la moda política es, quien lo diría, echar a los socialistas de los gobiernos de Madrid y Sevilla. Al levantar el telón electoral andaluz, los grandes eslóganes de la oposición aclaran todo: acabar con Susana Díaz y achatarrar su régimen caduco y corrupto que debe ser sustituido por la modernidad que anuncia el candidato del PP, Moreno Bonilla, y los nuevos tiempos de prosperidad que traerá un partido como Ciudadanos que arranca la campaña decantándose por la legalización la prostitución.

Porque burla burlando, el osado y suertudo presidente Pedro Sánchez, que se hizo con el Gobierno con solo 84 diputados más uno, está logrando dividir a la derecha como nunca en las últimas tres décadas, atiza la disensión en el bloque separatista catalán y ayuda a que el gallinero de Podemos se inunde de picotazos. Claro que no debería hacerse demasiadas ilusiones, pues la magia de los fuegos artificiales termina por dejar de fascinar, y en las saunas donde calientan sus músculos todos los escépticos, se da por seguro que el episodio Sánchez es una anomalía, el garbanzo negro en una cosecha de orondos y blancos cocidos, un trampantojo que confunde pero que en realidad no tiene proyecto político alguno. Así que continuamos hasta quien sabe cuándo en la eterna batalla política española.

* Periodista