Guardo una vaga imagen de Fred Vargas firmando ejemplares en un stand de la Semana Negra de Gijón allá por julio de 2009. Por entonces ya éramos unos cuantos los aficionados al género que seguíamos la aparición de cada una de sus novelas. Aquel año promocionaba la inmediata aparición de Un lugar incierto, su particular aproximación a las historias de vampiros. No podía nadie sospechar por entonces que un día iba a volver por el Principado convertida en princesa literaria de Asturias. El carácter ecléctico y bastante atípico de la cita gijonesa, junto con su componente festivo, logró vencer su tradicional retraimiento a lo que contribuyó también que su organizador, el astur mexicano Paco Ignacio Taibo II, fuera el referente literario de un encarcelado Cesare Battisti, miembro de las Brigadas Rojas cuya causa apoyaba la francesa, al igual que la candidatura del líder del mayo francés Daniel Cohn Bendit a las elecciones europeas de aquel año.

El jurado habla en su fallo de que en sus novelas se da una combinación de intriga, acción y reflexión «con un ritmo que recuerda la musicalidad característica de la buena prosa en francés». Sus integrantes sabrán de lo que hablan. Personalmente prefiero la visión de la propia autora, que como buena medievalista y profesional de la arqueozoología, parte del hecho de que, bajo la tierra, toda la historia está escrita... pero está muda. «Hay que traducirla, estudiarla... en definitiva resolverla. Y en una novela policiaca también se esconde una historia que debemos desentrañar. El historiador y el inspector buscan pistas y los dos arrancan su trabajo con indicios inicialmente incomprensibles», afirma. El inspector en este caso bebe de la tradición del gran Jules Maigret y se llama Jean Baptiste Adamsberg. Es quizá un tanto más anárquico, más complejo, pero sigue la línea de los grandes investigadores del Sur. Esos que bucean en el alma humana, alternan la intuición con el desconcierto, no llevan pistola, buscan comprender el entorno que les rodea y, siendo leales con su oficio, no vacilan en echar, si es necesario, una manita heterodoxa para que la Justicia oficial coincida con la real.

La singularidad de Vargas es que el toque «noir» que da a sus novelas es más bien tenebroso. Bebe menos de la sociología y más de la especialización de la autora sobre hechos poco conocidos del medioevo, junto a mitos y viejas supersticiones, hasta entretejer con la actualidad antiguas leyendas nórdicas, fantasmales caballeros galopando por los bosques, espectros de monjas asesinas de vírgenes, extraños textos sobre pestes medievales o (¡ cómo no!) hipotéticos vampiros u hombres lobo. Dicho de otra manera, Vargas se encuentra como pez en el agua saltando entre los pliegues del tiempo. Pero donde se inscribe en la mejor tradición de los sabuesos latinos es en su elenco de personajes secundarios. Maigret nos había acostumbrado a sus imprescindibles Janvier, Lapointe, Lucas y Torrence. Vázquez Montalbán sacó del lumpen a los inefables Charo, Biscuter y Bromuro. Y «prestó» a Andrea Camilleri su apellido para alumbrar al hoy ídolo de miles de lectores: el comisario Salvo Montalbano al que auxilian, entre otros, un amoroso Mimi Augello, el puntilloso y sagaz Faccio y el entrañable y sorprendente «centralinista» Cattarella ( para los frikis, Agatino) con su singular jerga. Adamsberg se acompaña en esta particular galería de Adrien Danglard, un inspector de saberes enciclopédicos, la gigantesca y protectora Violette Retancourt o el versificador Veyrenc. Todos ellos impagables.

Por cierto que a pesar de que Camilleri tiene desde hace años escrita la novela en que «liquida» a Montalbano, impregnado de las mismas ansias asesinas hacia su personaje que llevaron en su día a Conan Doyle a despeñar --harto de ellos-- a Sherlock Holmes y a Moriarty por las cataratas de Reichenbach, de momento aún nos ha regalado La pirámide de fango. Pero a sus 93 años cualquier día se lía la manta a la cabeza...

Donde (aún) no compite Adamsberg con sus colegas en es el terreno gastronómico. Madame Maigret y Pepe Carvalho han dado lugar a recetarios con sus aportaciones. Y también Montalbano, quien no permite ni que le hablen cuando visita la trattoria de Enzo o saca de la nevera los salmonetes que le prepara su asistenta Adelina. Aunque en su última novela el comisario francés parece aficionarse en La Garbure al potaje bearnés del mismo nombre. Con cierto humor dicen en Asturias que eso lo arreglan cuando Fred Vargas vaya a recoger el premio. De hecho la galardonada ya quedó «tocada» en su día por unas croquetas de foie que sirven en un restaurante próximo a la playa gijonesa (local que también frecuentaba Vázquez Montalbán). Pero para este verano la fórmula «cordobesa» no puede ser más sencilla: pasarse por la librería, prepararse un refrescante vargas... y a disfrutar a la sombrita leyendo a Fred. Totalmente recomendable.

* Periodista