Supongo que para muchos, como yo, el aire de las mañanas con las que empieza cada nuevo año está impregnado de aroma de café y de valses vieneses. Pero se me había olvidado que esta vez iba a ser diferente. Allá por febrero, apenas un mes después de comentar el primer concierto de Año Nuevo dirigido en la Goldener Saal de la Musik Verein por Gustavo Dudamel, se nos fue José Luis Pérez de Arteaga y con él una manera fluida, sabia, elegante y amena de retransmitirlo y de comunicar todo lo referente al reino de la Música. Le ayudaba a ello, además, un fino sentido del humor cargado de toda clase de sutilezas, no siempre fáciles de apreciar, favorecidas por su enorme cultura. Con él no solo se disfrutaba de cuanto sucedía en torno al programa de cada año, sino también de todo lo que aportaban en paralelo su experiencia y sus vastos conocimientos. Y aunque para el gran público siempre quedará como la voz del concierto de Año Nuevo lo cierto es que Pérez de Arteaga era muchas cosas más. Entre ellas abogado (quizá de ahí su costumbre de citar las fuentes) y un gran experto en Mahler. En muchas ocasiones contaba como anécdota que el primer disco que compró del compositor austriaco fue... por la chica de la portada. Y que le resultó sumamente aburrido. (Mahler, ya se sabe, es como la cerveza o el whisky: nunca gusta la primera vez, pero luego puede transformarse en sumamente adictivo).

Una faceta poco conocida de Pérez de Arteaga, menos para los que conducimos habitualmente sintonizados con Radio Clásica, era la de adentrarse en la música de las películas. Se me ha venido a la mente al sonar el Danubio Azul porque, como casi siempre, he recordado también la secuencia inicial del 2001 de Stanley Kubrick. Una de las más elegantes y bellas elipsis, conjugando imágenes y sonido, de la historia del cine. De Strauss (Richard) a Strauss (Johan II), sin parentesco entre ellos. De Así hablaba Zaratustra a En el bello Danubio Azul. Si hubiera que traducir esa elegancia al plano político yo no dudaría nunca en aplicarla al De la ley a la ley de Torcuato Fernández Miranda.

Viene a cuento la evocación porque para estos días está anunciada (si no lo ha hecho ya) la salida al mercado de una cuidada edición del disco de oro que porta el Voyager 1 en el que, junto a otra información, va grabada una selección de músicas terrestres. Se conmemora con ello el 40 aniversario de su lanzamiento en 1977 que ha pasado un tanto desapercibido. La nave está ahora en el espacio interestelar. Un lugar frío, oscuro y vacío.

Si preguntásemos por la calle a cualquier mortal común qué piezas clásicas cree que se grabaron en ese disco nadie dejaría seguramente de citar El Danubio Azul. Pues no. ¿Quizá la Música de las Esferas, de Josef Strauss? (hubiese tenido un punto intelectual, aparte de su singular comienzo...). Negativo. No lleva vals alguno. Alguna vez se refirió a ello Pérez de Arteaga. Y, ya que estamos en Navidad, ¿qué tal el más universal y «cósmico» de los villancicos, Noche de Paz? Pues tampoco.

Un teórico concierto aniversario con la música clásica del Voyager (por si alguien se anima) incluiría tres obras de Bach: el primer movimiento del Concierto de Brandemburgo nº 2, la partita Gavotte en rondeaux y el preludio y fuga nº 1 de El Clave bien temperado. Dos de Beethoven: el primer movimiento de la Quinta y la Cavatina de su Cuarteto de cuerdas nº 13. Seguirían el aria de la reina de la noche de la Flauta Mágica de Mozart, la danza del sacrificio de La Consagración de la primavera de Stravinsky y... pare usted de contar. En la parte más «actual» (del 77) la sonda lleva rock (Chuk Berry), jazz ( Louis Amstrong) , blues (Blind Willie Johnson) y mucha música «étnica». Desde canciones de iniciación de los pigmeos del Zaire a danzas de los navajos. 26 piezas de otros tantos países. De España ni rastro. Ni siquiera flamenco. Lo más cercano un mariachi mejicano. Y nada de pasión musical. Carl Sagan buscó en las obras de Bach y Beethoven «estructuras simétricas comprensibles matemáticamente para los extraterrestres».

Volviendo a la Tierra. Martin Llade supo recoger bien la herencia de Pérez de Arteaga. Creció en seguridad, cercanía y humor a medida que la retransmisión avanzaba, recogiendo el estilo de su predecesor cuyo recuerdo fue trending topic a lo largo de la mañana. El concierto resultó correcto, equilibrado, con varias piezas interpretadas por primera vez como atractivo añadido. Ricardo Mutti, tras empatar a cinco con Zubin Metha como el director vivo que más veces ha dirigido el concierto, parece ser que ha decidido hacerlo por última vez. El año que viene cogerá la batuta el alemán Christian Thielemann.

Y ya hay una iniciativa para «complementar y actualizar», utilizando otra sonda, los contenidos musicales de las Voyager. Quizá sea el momento de reivindicar que viaje algún vals al espacio profundo....

* Periodista