El sector turístico en España hace un balance más que positivo de la actual temporada, con ocupación y ventas en niveles anteriores a la crisis. Y se debe tanto a la llegada de turistas extranjeros como a la recuperación del turismo interior. Este dato es altamente significativo para medir la fortaleza de la recuperación española, que es evidente en el nivel macroeconómico, y parece que se traslada ya al consumo y al bienestar de los ciudadanos, al menos de los que trabajan y tienen un sueldo digno. Una tendencia que se podría acentuar si las empresas que tienen beneficios se decidieran a trasladarlos a los salarios. Este dato positivo no debe servir para la euforia ni para la política partidista. Salimos de la crisis sin un modelo de crecimiento económico alternativo al que nos llevó a ella. La recuperación llega del turismo y de la construcción, casi única y exclusivamente. Y la competitividad de España se basa en la contención de los salarios. En un mundo en el que la digitalización se suma a la globalización, el riesgo no solo es volver a recaer, sino que la recuperación no llegue a todos los trabajadores, que el talento siga siendo expulsado tras un enorme esfuerzo de formación y que el trabajo no garantice la salida de la pobreza. Salir de este círculo vicioso no será nunca el proyecto de un partido ni de un gobierno: ha de ser un proyecto de país. Tras diez años de crisis, seguimos sin una interlocución sensata entre los agentes sociales, sin una política blindada de innovación, investigación y desarrollo y sin cambio de modelo productivo. Si lo urgente era asegurar la solvencia de España y recuperar el empleo a cualquier precio, ahora es el momento de lo importante, de pasar de los recortes a las reformas. Esto solo será posible si en la UE cambian las prioridades. La próxima cumbre entre Merkel, Macron, Gentiloni y Rajoy ha de ser el punto de partida de un nuevo ciclo.