Lo mismo a ustedes les van bien esas aplicaciones para el móvil (hay muchas) que ayudan a organizar el viaje de vacaciones. Te aconsejan, te guían, te recuerdan las cosas que no debes olvidar al hacer la maleta y hasta el más mínimo detalle. Pero francamente, yo no he llegado a cogerles el punto. El año pasado quise aprovechar tan moderna forma de organizarse con una APP.

Pero entre encontrar la aplicación, bajármela, reiniciar el móvil, contestar a los requerimientos iniciales del programa, ponerlo en marcha, entender cómo funciona y su mecánica y tirarme otro buen tiempo introduciendo datos que vaya usted a saber dónde acabarán, me di cuenta de que había perdido mi primera mañana de vacaciones con un trabajo autoimpuesto sin venir a cuento. Así que cogí la libreta de notas que siempre me acompaña desde hace 30 años de profesión, en la que reservo las tres hojas finales para cuestiones personales, y comencé a apuntar lo que no debía olvidar. Las pastillas de la alergia, comprobar los niveles del coche, el libro que llevaba semanas deseando hincarle el diente... En un cuarto de hora todo estaba listo, apuntadito y accesible a cualquier consulta en un par de segundos... Lo que se tarda en abrir la libreta.

Así, y si les sirve el ejemplo, les propongo que además de tomarse unas vacaciones en el espacio, viajando; en el tiempo, haciendo lo que quiera con sus 24 horas del día, y psicológica, cambiando de ocupación para descubrir o retomar otras actividades más gratificantes, también intenten vivir unas vacaciones de redes sociales digitales. Aún recuerdo el cartel que colgaba en un bar de Fátima: «Aquí no hay wifi, hablad entre vosotros». Quién sabe... ¿Y si nos atrevemos a dejar el móvil en casa y salir sin él? ¿Cuándo fue la última vez que nos separamos a posta del teléfono sin sentirnos como desnudos? Quizá acabemos recordando en estas vacaciones cómo se hace eso de hablar y escuchar a una persona nueva y hasta decirle directamente, sin necesidad de emoticonos, que lo que está contando «me gusta».