Era la hora de los documentales. Una manada de elefantes. Terrizos. Dignos. Majestuosos. Recorren decenas de kilómetros para saciar la sed en un riachuelo fangoso. Luego, por una sabana de estío, polvorienta, vuelven al sitio de alimentos. Diariamente. La cámara sigue a una madre con un elefantito de días. Tan pequeño como una figurita de madera. Produce ternura verlo. Y preocupación: se tambalea. Apenas puede mantenerse en pie. La madre trata de ayudarle, le empuja suavemente con la trompa. Avanza dando traspiés. La voz en off narra esta dificultad, anticipa la tragedia. Así unos minutos agónicos. El animalito se detiene, apoya su trompita en el suelo, se pone patas arriba, número circense, espectacular, de aplauso, pero por la ley de la gravedad da una pirueta completa, y cae. Está muerto. La madre se queda un rato a su lado. La manada aguarda...

Es difícil comprende cómo el equipo ha podido filmar esa escena. Se llaman ¿profesionales?, ¿reporteros?, ¿novelistas?, ¿artistas? Y, bien, ¿no podían haber ayudado a salvar al elefantito, echarle agua para hidratarlo, alimentarlo con un biberón? ¿Lo pagarán un día, como Kivin Carter por haber fotografiado en Sudán al niño Kong Nyon, famélico, junto al buitre que acechaba su muerte? Esa foto dio la vuelta al mundo y ganó el Premio Pulitzer. Según parece, el niño no murió; solo que su padres le habían abandonado mientras iban a recibir alimentos de la ayuda humanitaria internacional. Sin embargo, meses después Carter se suicidó. Depresivo y atormentado, dice en la nota que dejó.

En cualquier caso, el documental obliga a reflexionar, a tratar de abstraerse, distanciarse emocionalmente de la escena del elefantito. Y utilizarlo como una metáfora o una alegoría. El inocente que sufre una injusticia, el trabajador explotado, la familia desahuciada, el viejo engañado en un banco, la mujer discriminada, el niño desnutrido o el que muere de hambre, el preso por delitos de necesidad, el drogadicto inducido por la desintegración social, el joven que tiene que emigrar, en suma, la fauna humana de este mundo es contemplada por esos nuevos dioses del Olimpo que se sientan en consejos de ministros o de empresas, es lo mismo, testaferros ellos de los que no tienen rostro, los amos del mundo. ¿Cuántos son? Pocos. En EEUU, modelo de democracia e igualdad, dicen, el 1% posee la misma riqueza que el 99%. En España el índice Gini nos sitúa a la cabeza de la UE. ¡Qué bien!

Pues ese puñadito de ociosos nos observa y ojea su cuenta de resultados, nos estudia en encuestas y hace apuesta en Bolsa, nos manipula y nos convierte en borreguitos, ¡beee!, listos para colocarnos en trabajos de miseria o en las listas del paro o enviarnos a una guerra donde nada se nos ha perdido. ¡Pum!...¡y muerto! Se baila bien, así. Y uno siempre se pregunta lo mismo: ¿Es que no pueden ayudar en vez de sacarnos la foto?

* Comentarista político