Córdoba parece decidida a tirar por la borda en pocos años sus logros en materia patrimonial tras décadas de esfuerzo colectivo. Y eso, que lo conseguido ha sido posiblemente solo un porcentaje bastante bajo de nuestro potencial real, debido, entre otras muchas causas, a las descoordinación institucional, las destrucciones sistemáticas, las dejaciones o los mangoneos. Ostentamos actualmente tres títulos como Patrimonio de la Humanidad, y aspiramos a un cuarto, lo que nos convertiría, del tirón, en la ciudad con más reconocimientos de este tipo en España. Es, pues, un objetivo más que deseable, por el que todos deberíamos trabajar con denuedo y a una, bajo la batuta y la guía de nuestras instituciones; pero ¿realmente lo hacemos? Lo ocurrido hace unos días con la celebración del rally Sierra Morena en pleno corazón de nuestro casco histórico, declarado por partida doble Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, excede cualquier lógica, representa un ataque furibundo al sentido común, ha puesto de nuevo en riesgo lo más sagrado y representativo de nuestro legado patrimonial e identitario, y nos ha colocado de paso en un peligrosísimo escaparate. No sé qué pensará al respecto el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios Histórico-Artísticos (Icomos), órgano europeo encargado de revisar de forma periódica los títulos ya concedidos de Patrimonio de la Humanidad, pero conozco lo que establecen las recomendaciones europeas, la legislación española y autonómica, incluso la normativa municipal, y son muy restrictivas en lo que se refiere a los usos indebidos del patrimonio. Es muy llamativo además que, en un ejercicio de responsabilidad encomiable sin demasiados precedentes en Córdoba, estén siendo las asociaciones ciudadanas, los representantes sociales, los cordobeses mismos, quienes denuncien tales tropelías, atónitos ante la sucesión de una serie de iniciativas que amenazan con convertir aún más el entorno de la Mezquita-Catedral en un parque temático. Por eso, quiero lanzar un SOS desesperado a quienes puedan hacer algo al respecto para parar tales excesos. A pesar de ellos, y gracias fundamentalmente al peso --y al poso-- histórico de nuestra ciudad desde que el mundo es mundo, somos uno de los referentes internacionales más importantes y reconocidos en materia de patrimonio; justo el aspecto que atrae cada día a miles de turistas; ¿por qué, entonces, nos empeñamos una y otra vez en abjurar de nosotros mismos? El precio a pagar por las temeridades reiteradas suele ser muy alto.

Ocurre todo esto cuando todavía el país arde en llamas por el uso entre la clase política de currículos falsos, títulos que nunca se cursaron o terminaron, o másteres a los que no se asistió. Todo un escándalo, que en una clamorosa contradictio in terminis retrata una vez más a quienes son conscientes de que no están capacitados para ocupar los cargos que ocupan y recurren a títulos que los legitimen. Ponen también en cuestión a la Universidad española, que además de modelo de formación, foco activísimo de investigación, y marco en el que desarrollan su actividad profesores e investigadores de enorme brillantez, con fuerte vocación de sentido público, solvencia indiscutible y un sólido sentido de la ética, padece también de vicios privados más o menos públicos, como el servilismo, el nepotismo y la endogamia, favorecidos --y fomentados-- por la autonomía universitaria y su enorme politización. Se erige así en reflejo especular de lo que ocurre a nivel macro, primando con frecuencia, o premiando más, la sumisión dócil y acrítica que el mérito, los amiguismos y las clientelas que la solvencia curricular, el continuismo que la innovación o la iniciativa. La responsabilidad institucional al respecto es evidente; pero también la de quienes trabajamos en ella, cómplices activos o pasivos de un estado de cosas muy poco ejemplar, que cuesta aceptar. Los números mandan, y, con independencia de su cualificación o de su rendimiento, las universidades necesitan alumnos si no se quieren ver cuestionadas, perder su financiación o desaparecer. Parece, pues, llegado el momento de realizar un balance profundo y honesto de la realidad universitaria española, de su salud y de su profesorado, ensoberbecido o endiosado con frecuencia tras sus cátedras, cual reyezuelos al frente de sus respectivos reinos de taifas; de realizar un profundo ejercicio de autocrítica e intervenir quirúrgicamente en profundidad para devolver con urgencia a la institución y a quienes le hemos entregado la vida, su credibilidad, su prestigio, su dignidad y su esencia, más allá de truhanes o de compadreos políticos. No hacerlo sería conculcar el principio mismo de la universitas.

* Catedrático de Arqueología de la UCO