Internet y las redes sociales han ido calando tanto en nuestro ser y manera de relacionarnos con el mundo que, siendo una excelente herramienta de comunicación en su origen, se ha convertido en un trasunto de la condición humana, con muchas de sus bondades, pero también de sus bajezas. Aparte de la utilización viciada de la información que vamos soltando casi sin notarlo sobre nosotros mismos y nuestro entorno al Gran Hermano que todo lo ve -y lo que no se lo inventa-, y luego va y lo cuenta, suenan las alarmas sobre la ciberdelincuencia y sus múltiples caras. Son centenares los casos de ciberdelitos que se perpetran al año. La cifra, que sin duda da mucho que pensar, no es tan escandalosa si se tiene en cuenta que no es que ahora haya más crímenes, sino que está cambiando su escena. Y así, muchos de los fraudes, robos, atracos, amenazas o acosos -una encuesta de Amnistía Internacional en ocho países desarrollados apunta que el 23% de las mujeres ha sufrido acoso o abuso en las redes- que antes se daban en la realidad tangible se han desviado hacia el marco virtual. Nuevos tiempos, nuevos modos, aunque con viejas intenciones.

Pero hay un aspecto especialmente preocupante en los usos y abusos de los nuevos dispositivos y es la vulnerabilidad frente a ellos de los más jóvenes, que son quienes más los emplean para todo, a costa de la comunicación verbal. Es ya un juego peligroso su manía de intercambiar whatsapps -cuyo uso, por cierto, no es legal hasta los 16 años según las normas de esta aplicación, totalmente ignoradas-, lo hacen hasta cuando están sentados hombro con hombro. Se ven arrastrados a ello por la moda, y a veces por la timidez, el no tener que mirar a los ojos del otro para hacerle una confidencia. Y así, además de aislarse, se convierten en carne indefensa de cañón digital en un espacio sin control ni pautas definidas que marquen los límites. Bueno, en realidad sí las hay, los expertos las llaman netiqueta, aunque nadie sabe de la existencia de estas normas de comportamiento, entre otras cosas porque los pocos que las conocen no se paran a divulgarlas. Pero hay peligros mayores, como por ejemplo el denominado sexting, el intercambio de imágenes íntimas entre las parejas, que para algunas chicas -el jueguecito es compartido, pero son ellas las que se desnudan, mira por dónde- supone una loca prueba de amor que con frecuencia acaba en las peores manos. Eso sin contar los pervertidos babeantes que fingen una juventud gastada siglos atrás para engatusar a púberes doncellas, amparados en el anonimato propiciado por las nuevas tecnologías en una sociedad global que pasa del que tiene al lado.

Al parecer los nativos digitales, los chicos que se han alimentado de internet desde el destete, son los menos precavidos ante la inseguridad de las redes sociales. Y aquí es donde entra, o debería entrar, la educación desde la escuela. Por ello, los expertos creen necesario incorporar en la enseñanza secundaria una asignatura que aborde con seriedad estos asuntos. Y es que las cifras cantan: según un estudio de la Consejería de Empleo, Empresa y Comercio de la Junta, 8 de cada 10 niños cordobeses de entre 10 y 15 años disponen de un móvil, y además de los listos; un Smartphone con el que pasan una media de 2,5 horas whatsappeando. Ante la insistencia de los hijos, los padres ceden. Y muchos acaban enganchados a un mundo sinuoso para el que nadie les ha preparado.