Indefectiblemente la actualidad pasa por la convocatoria a las urnas del próximo domingo. Pero no son estas unas elecciones de la ilusión de los ciudadanos por ejercer su derecho al voto en la llamada fiesta de la democracia, de entusiasmo por debatir propuestas para mejorar el porvenir de nuestras familias y territorios, por arropar a líderes de perfiles coherentes e incontestables, como ocurrió en aquélla España del Naranjito de 1982 y la primera llegada del PSOE a la Moncloa. Tampoco son las elecciones del castigo, del recambio, de la protesta surgida tras el 15M del 2011 al grito de «Democracia Real Ya» de la sociedad civil para terminar con la corrupción y el bipartidismo endogámico. Estas son las elecciones del desconcierto y el cansancio de los ciudadanos, de la orfandad política de los representados ante la falta de propuestas sobre los problemas serios que nos atenazan, ante las mentira impúdicas y la demagogia banal de los discursos, ante la falta de líderes y la incapacidad de los mismos por gestionar el mandato dictado por las urnas, como se acreditó tras los comicios de abril. Los ciudadanos tienen claro a quien no votar, pero no a quién darle su confianza.

Ese desconcierto, se muestra en el 35 por ciento de electores indecisos y la sombra de la abstención que planea sobre la convocatoria respecto a quienes han secuestrado la democracia en un régimen servil y sectario de partidos a los que, por ejemplo, no interesa cambiar la ley electoral ni establecer listas abiertas para construir un sistema que realmente represente a la sociedad a la que debe servir.

También son las elecciones donde el miedo, antes que la esperanza, está siendo uno de los protagonistas aventajados que puede decidir el voto de muchos electores. Miedo ante los serios ataques que sufre la integridad nacional y la división y tibieza de quienes tienen que defenderla. Miedo ante la amenaza de una nueva crisis económica de efectos perversos que mengüe nuestra calidad de vida y la falta de preparación de nuestra economía y respuestas a la misma de nuestros dirigentes. Miedo a la utilización masiva y gratuita de la manipulación y la mentira obscena por quienes debieran ejemplificar comportamientos éticos intachables. Miedo a que ganen los vividores del miedo ante la impotencia y la ineptitud de los gestores públicos que han alimentado la desazón. Miedo a que los comportamientos de los representantes y el ejercicio de sus responsabilidades estén muy por debajo de las expectativas de los representados y sus necesidades.

La celebración del treinta aniversario de la caída del Muro de Berlín estos días, junto a que la ciudad se prepara para entregar los premios andaluces de la liga LGTB, nos deben de servir como estímulo y lección para superar estos miedos que matan nuestros sueños, para creer más en nuestras capacidades, para valorar tantos logros conseguidos, para derribar muros de intolerancias, de falta de comunicación, de cainismos absurdos, de imposiciones trasnochadas. Deberían servirnos para, como sociedad civil, asumir nuestro papel protagonista de la historia, para levantar de nuevo la palabra y volver a retomar el volante conductor de nuestro destino, dando una lección de dignidad y corresponsabilidad, que esté muy por encima de esa mediocridad imperante que este país no se merece.

* Abogado y mediador