Al Gobierno le atemoriza la eventualidad de que el huido Puigdemont aparezca por sorpresa en el Parlamento de Cataluña para ser investido presidente de la Generalitat por la mayoría separatista que domina la Cámara catalana. Este sentimiento de pavor lo proclamó para pasmo general el propio ministro del Interior, Zoido, al admitir que sigue al escurridizo gerundense por tierra mar y aire para que no llegue a la investidura ni siquiera «oculto en un maletero». Después del fiasco que fue la gestión por el Gobierno del ilegal referéndum del 1 de octubre pasado y la silenciosa y demoledora huida del presidente con parte de su gobierno a Bruselas, nuestro Ejecutivo vive en un ay permanente, en tanto que el españolito se deja llevar por espectáculo político más demencial y kafkiano que nos haya deparado el siglo XXI.

El seguimiento de Puigdemont se parece más a las carreras y mil zaragatas de la inmortal serie de dibujos animados Tom y Jerry, un sinfín de intentos frustrados para neutralizar (dar caza) a un ratón inaprensible, dejando tras las carreras la huella indeleble del caos, la destrucción, el desconcierto y un descojone general ante la torpes maneras de Tom (Gobierno) frente a los malévolos ardides de Jerry (Puigdemont)

Ahora que ha dispuesto mil medidas y todo el aparato institucional y material del Estado para neutralizar al huido, vive angustiado ante la eventualidad de que el candidato separatista se plante en la Cámara legislativa catalana para ser investido presidente. Porque aunque no lo admita jamás y se irrite cuando le recuerdan que los amotinados lograron entrar 6.000 urnas chinas desde Francia a Cataluña, no le deja dormir que Puigdemont pudiera llegar a Barcelona como la urna 6.001: lozana y transparente y lista para que la llenen de votos hasta investirlo presidente de nuevo.

Ante tamaño desasosiego, además del amplio dispositivo policial de búsqueda y seguimiento permanente, ha anunciado de manera un tanto atropellada como acostumbra la intención de interponer un recurso para impugnar la investidura de Puigdemont, que debería hacerlo suyo luego el Tribunal Constitucional, y llevaría a la cancelación del pleno dispuesto para nombrar presidente «al Pugi». Como se puede apreciar, un galimatías jurídico (otra carrera de Tom y Jerry) que encierra una decisión política no muy clara legalmente.

Y es que en esta increíble historia que vivimos desde hace meses solo queda clara la osadía y habilidad para escabullirse (aparecer y desaparecer) de Puigdemont. Si le pidiéramos a un pintor que nos la tradujera sobre un lienzo, nos entregaría un duro bodegón muy parecido a los recios de caza del siglo XVII. Es verdad que el cúmulo de errores que tanto han ayudado a que el partido de Puigdemont obtenga el mayor número de escaños del Parlament (y al PP conducirlo a su derrota más cruel en Cataluña), no impide que la peripecia de Jerry haya llegado a ser desquiciante incluso para un creciente número de dirigentes de su propio partido y de otros, como ERC dispuestos a apoyarle. Todo ello se traduce en un creciente malestar que anuncia que se estarían entreabriendo las puertas para sustituirlo por otro candidato/a. Y pudiera suceder. Aunque nadie aún habrá logrado dar caza a Jerry.

Este seguirá protagonizando grandes episodios en tanto ande suelto por Europa. Porque nadie hasta ahora ha podido, si no silenciarlo, si hacer que entre en sordina la parte más grosera de su escapada; porque a pesar de que «las tramas rusas» y los más diversos assanges bajan el diapasón del ruido a su favor y que la Europa más cuerda le da la espalda, los españoles (y muy singularmente los catalanes) lo hemos adoptado como el rey león de un nuestro espectáculo político. Ni el Roldán fugado en la primavera de 1994, ni mucho menos las peripecias griegas que a punto estuvieron de mandar el euro al garete, dieron tanto juego mediático y adornaron con tantas plumas a sus protagonistas.

* Periodista