Al final te das cuenta de que el urbanismo y la religión han gobernado el mundo desde que tenemos conciencia escrita de nuestra existencia. Eso podemos deducir después de escuchar algunas de las ponencias que nos está ofreciendo la Real Academia de Córdoba en el Cajasur de Gran Capitán sobre el tema «De las collaciones bajomedievales cristianas a los barrios actuales». Las dos últimas han sido «El recinto amurallado: de elemento defensivo a obstáculo para el desarrollo de la ciudad y sus barrios», de los profesores Martín Torres Márquez y José Naranjo Ramírez, y «Lo sacro y lo profano en los barrios cordobeses del Antiguo Régimen», de la catedrática Soledad Gómez Navarro.

Suponemos que en la prehistoria, en aquellas cuevas donde pintaban los artistas de Altamira, llegaría un momento en el que el jefe de turno del paleolítico superior reclamaría a los recién llegados un pago por establecerse en aquella cavidad natural en la roca. Y así hasta llegada la democracia, donde muchos concejales de Urbanismo se hicieron potentados anónimos trajinando con los terrenos urbanos y rurales, a los que cambiaban de denominación según les convenía. En la Córdoba amurallada, cuando la fortificación era además de un elemento defensivo una imposición fiscal y un espacio de huertos extramuros en su contorno llamados ruedos, llegó un momento, en el siglo XVIII, en el que se procedió a su derrumbe por su elevado coste, su falta de higiene y por el efecto del terremoto de Lisboa en 1755. Fue en 1721 cuando se derribó la primera puerta amurallada de la ciudad, la del Bailío, que daría pie a la actual cuesta. Pero ya se duda de que ese fuera el motivo del derrumbe de las históricas murallas porque se cree que fue económico: cobrar por la venta del nuevo terreno liberado. Y llegó un momento en que Córdoba se quedó sin murallas, sin industria --que nunca tuvo y que se fue por el camino del tren hacia el sur-- y sin atractivo turístico. Fue cuando al alcalde Antonio Cruz Conde pensó que había que recuperar aquella Córdoba amurallada para vendérsela al turismo. ¿Y la religión dónde entra? Lo sacro ha sido desde siempre, al menos desde que se fueron los árabes, el motivo sostenedor del sistema, su blindaje, el dueño de ermitas, santuarios, parroquias, conventos, predicadores, misioneros, Inmaculada, Corpus Christi, San Rafael, cultos, procesiones, rogativas... notable cantidad de sustantivos referidos al peso de lo sagrado de un tiempo en la historia de España en que el nombre de Dios blindaba el sistema. En el que la Iglesia, como casi siempre, gozó de un trato especial. Incluso en sus demostrados abusos sexuales, que ahora son noticia en el Vaticano.