Recuerdo que el actual alcalde de Córdoba fue un buen alumno de la Facultad de Derecho, y me consta que cursó con éxito la asignatura de Derecho Constitucional. Ya entonces se adivinaba en él la pasión por la política y su interés por proyectarse en lo público. Justamente por ello, me sorprendieron sus declaraciones de hace unos días en las que, al presentar el proyecto de presupuestos municipales, los calificó como poco ideológicos, dándole a esta caracterización una connotación positiva. Me cuesta entender que el brillante alumno haya olvidado lo que seguramente en su día le explicamos sobre lo que suponen los Presupuestos en cualquier institución pública. Los presupuestos son el instrumento mediante el cual se evidencia con toda claridad el programa de cada instancia de gobierno, en cuanto que en ellos se establecen prioridades, se marcan objetivos y se jerarquizan políticas, todo ello, claro está, con el factor definitivo de la asignación de recursos para la ejecución de las medidas previstas. Son pues los presupuestos, en cualquier nivel de la Administración, y por supuesto también en lo local, expresión de las convicciones, de los horizontes y de las estrategias que un gobierno pretende poner en marcha, las cuales, a su vez, responderán, al menos en teoría, a las expectativas que el partido o los partidos que los planean generaron en la ciudadanía. A través de ellos se dota pues de contenidos a unas instituciones legitimadas democráticamente por el respaldo de las urnas y sometidas al control que propicia un sistema pluralista. Por lo tanto, un proyecto de gastos y de ingresos, en el que necesariamente se marcan líneas preferentes de actuación y, en paralelo, olvidos y/o renuncias, no puede sino ser ideológico. Y ello no supone un demérito: es simplemente la expresión ferozmente democrática de unas instituciones articuladas a través de los mecanismos representativos que lideran los partidos.

En este sentido, no deja de resultarme curioso el intento reiterado, muy habitualmente por partidos de derechas, de lanzar el mensaje de que lo que hacen desde las instancias representativas no responde a una ideología, sino que más bien parece ser la traducción de una especie de inspiración voluntarista y bienhechora que busca siempre, en su versión claro, el bien común. Por el contrario, esas mismas posiciones conservadoras no dudan en tachar de ideológico todo lo que dicen, hacen o planean no solo los partidos con los que compiten sino, en general, todos los movimientos y colectivos que podríamos calificar como progresistas. Baste con recordar el empeño de muchos sectores reaccionarios, y no me refiero solo a los partidos, en identificar el género con una ideología, o la misma consideración del feminismo como una propuesta que, más que como profundización en la igualdad y por lo tanto en la democracia, es concebida como un señuelo usado y manoseado por la izquierda. Es decir, para la derecha de este país lo que hacen los demás es ideología, mientras que lo que hace ellos parece ser una suerte de producto neutral, aséptico, inodoro e incoloro. Como si en vez de políticos y políticas, fueran una especie de alquimistas que manejan en un laboratorio sustancias con la asepsia de un científico.

En fin, señor Bellido, que no me creo que el proyecto de presupuestos carezca de ideología o tenga poca, como si se tratara de una materia cuya intensidad puede medirse en una balanza. Insisto: lo raro sería que no la tuvieran. De ahí que, como me imagino, los grupos de la oposición presentarán enmiendas con las que procurarán añadir o corregir objetivos, de la misma manera que preveo que sus socios de gobierno, los explícitos y los implícitos, batallarán por añadirle ideología y así poder colgarse alguna medalla de cara a su electorado. Por ello, respetado alcalde, no confunda al vecindario queriendo hacer de la noche día, y no tenga reparo en hacer gala de las convicciones, ideas y proyectos en los que cree. O sea, no se avergüence de hacer política.

* Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba