La internacionalización refuerza y proyecta en el exterior a las Universidades; favorece el intercambio de ideas, la formación integral de profesores y alumnos, la investigación de calidad y también la gestión; incrementa en positivo la competitividad; facilita la captación de talento y de fondos; genera oportunidades en un mundo cada vez más global, intercultultural y plurilingüe en el que con frecuencia desaparecen las fronteras (en otros casos, por desgracia, se refuerzan), y aumenta la reputación, la visibilidad y el cosmopolitismo de la institución universitaria, al tempo que potencia su progreso social y económico para en último término ponerlo al servicio de su entorno y su territorio inmediatos.

Más allá de la acogida de profesores y estudiantes extranjeros, la inclusión en los planes de estudio propios de asignaturas en otros idiomas, o la posible defensa de Trabajos Fin de Máster o Tesis Doctorales por parte de alumnos de otras nacionalidades, destaca -a veces por su ausencia- la internacionalización del profesorado: conveniente, sin duda, pero que nunca debería llevarse al extremo, como cuando se requieren para el cursus académico como conditio sine qua non estancias de cierto número de años fuera que resultan difíciles de conseguir si no se tienen medios para ello o no se está integrado en el equipo justo; de ahí que más de uno/a las falsee o las desaproveche. Al extranjero no se debería ir nunca por imposición, sino por devoción. Lo ideal es siempre apoyar a quienes quieran hacerlo y penalizar a quienes se nieguen, evitando de paso sobrecargar a quien más trabaja. Del mismo modo, habría que potenciar entre los alumnos la elección de estancias Erasmus exigentes, que les permitan obtener de verdad todos los beneficios de este tipo de programas, incluidos los culturales. Los de las áreas humanísticas muestran cierta preferencia para las mismas por Italia o Portugal, ante lo cómodos, gratificantes, cercanos y placenteros que les resultan estos países; sin embargo, muchos de ellos regresan a España sin siquiera haber aprendido una palabra de portugués o italiano, y, peor aún, sin haber hecho una práctica, visitado un museo o hecho una excursión. Si tenemos en cuenta el escaso interés general del alumnado por la cultura, y su baja formación en idiomas, tal vez sería necesario cambiar algo al respecto.

Somos parte del mercado europeo, y nuestros jóvenes parten en clara situación de inferioridad por su deficiente conocimiento de lenguas extranjeras y no haber viajado jamás muchos de ellos allende los Pirineos, olvidando que, en realidad, el mundo empieza de Alcolea para allá. Por supuesto, no hay que confundir esto último con la fuga de cerebros. Esta es cuestión diferente, ruinosa por cierto en términos empresariales, que nos desprovee a diario de nuestra mejor savia, en huida más que comprensible ante la falta de oportunidades en terreno patrio. Tal vez las cosas serían más fáciles si, entre otras medidas, consiguiéramos poner en marcha títulos internacionales sostenidos por Universidades de varios países, cuyos alumnos pudieran cursar parte de los mismos en cada una de ellas. Eso favorecería la movilidad real, el intercambio cultural, de contenidos y metodologías, el aprendizaje de idiomas, y, por supuesto, la asunción de competencias. En el caso del Área que represento me consta que existe una importante demanda al respecto; y créanme, sería una forma efectivísima de reivindicar nuestra riqueza patrimonial y proyectar a Córdoba en el mundo.

En definitiva, tendríamos que apostar en firme por una universidad que facilite y apoye la colaboración internacional, a la par que la captación de talento, la formación y la movilidad de su personal y de sus alumnos para que puedan competir con mayores eficacia y solvencia en el mercado global. Pero para ello hay que planificar con rigor y altura de miras; consensuar programas y planes de estudio favoreciendo el plurilingüismo, la inclusión y la interculturalidad; potenciar sin reservas la calidad y la excelencia; eliminar trabas burocráticas y favorecer el libre intercambio de personas e ideas; evitar cortapisas, trámites y rigideces poco justificables, especialmente desde el punto de vista de las compatibilidades académicas; buscar nuevas fórmulas de entendimiento y colaboración permanente entre instituciones, sin olvidar nunca el espacio geográfico inmediato al que en último extremo nos debemos; apoyar sin reservas a los mejores ofreciéndoles herramientas y recursos que multipliquen su eficacia; volver a enrasar por arriba potenciando la cultura del esfuerzo, la disciplina y el mérito, bien conscientes de que la igualdad de oportunidades radica precisamente en que no todos somos iguales; y, sobre todo, entender que salir al extranjero no sirve de nada si quien lo hace miente, o no va con el bagaje necesario y la actitud justa.

* Catedrático de Arqueología de la UCO