En este mundo pandémico está dando la sensación de que los que saben del coronavirus no tienen ni idea de cómo comunicar bien sus conocimientos al resto de los mortales, mientras que los grandes comunicadores, que los hay muchos, o eso aparentan, desconocen absolutamente de qué va el ‘bicho’. Y así nos va. Que lo mismo una mascarilla es casi la panacea para estar libre de contagios que, para uno de los que se declara negacionista, un signo de represión política.

Porque primero el Gobierno central no parecía tener ni pastelera intuición de cómo parar la epidemia en España. Y después llegaron las autonomías ‘competentes’ (nunca más que ahora ‘incompetentes’ en este aspecto) de todos los signos, que demostraron un nivel similar de conocimientos: entre pocos y nulo. Creo que hay un asesor en una autonomía que no satisfecha con perseguir a fumadores, ya que no sabe qué otro palo de ciego dar, ha propuesto que todo el que circule por la calle lo haga a la pata coja porque ha leído en internet que así se contagia menos. Preferiblemente propone usar la pierna derecha.

Humor negro aparte y siendo realistas… aquí la clase responsable no tiene ni puñetera idea de la pandemia y el que diga que sí, por mucho que ponga la voz grave, engolada y convincente, miente como un bellaco.

Y sin embargo entre todo este caos sí que podemos encontrar un precepto claro, simple, indiscutible… más aún: tan cristalino que debe ser la regla de oro útil para que la sociedad y para que cada ciudadano se defienda contra la pandemia. Y es que el problema de fondo no es la salud, ni la seguridad, ni la economía… es el tiempo.

«Todos vamos a terminar pasando el coronavirus», me decían recientemente ante el repunte de casos y las malas noticias sobre los proyectos de vacuna. Y puede que sea verdad o puede que no. Pero esa no es la cuestión. Lo que importa es pasarlo lo más tarde posible porque el tiempo es la clave. Con tiempo ha salido una primera medicación como la descubierta por el Imibic y el Reina Sofía de Córdoba, con tiempo si no llega una vacuna llegará otra, con tiempo habrá más respiradores en las UCI, con tiempo hay más posibilidades de vivir y de tener salud para trabajar y remontar la crisis… Con tiempo habrá más oportunidad de tener tiempo.

Tiempo, tiempo, tiempo… Chocar los codos o saludarse a la japonesa es dar tiempo y lavarse las manos no evita que te infectes mañana, pero sí hoy. La mascarilla no es un trozo de tela en la cara… es tiempo.

Lo malo es que seguimos midiendo esta pandemia con la concepción acelerada de nuestros días, no como en épocas muy anteriores en las que la gente no tendría ni idea de microbiología y epidemiología y se hacían rogativas masivas a Dios que, por cierto, propiciaban que todo dios se contagiara. Cierto. Pero se tomaban su tiempo y nadie aceptaba por las buenas infectarse y morir. Sin embargo, ahora parece que tenemos prisa hasta para ello. Queremos el medicamento hoy, la vacuna mañana y la normalidad para el viernes. Y si no, hasta prefiero coger el coronavirus hoy mismísimo aunque eso me mande al otro mundo. Y ya: esta misma madrugada.

No, no… esto es una carrera de fondo, como la vida misma. Más aún, esta pandemia ha dejado aún más claro que el mundo se divide en dos tipos de personas: los que no dan tiempo al tiempo aunque tampoco lo aprovechen, generalmente los mediocres de siempre, y los que quieren pacientemente tomarse años para lograr sus sueños mientras le dan vida a sus años, a su tiempo.