La ciudad de Rafai está a 150 kilómetros de Bangassou (Centroáfrica), la diócesis en donde, desde hace 12 años, estoy llevando el servicio del episcopado. Si Rafael significa "medicina de Dios", Rafai se convirtió el domingo pasado en la antesala de la brutalidad y el desquiciamiento. Otra vez los rebeldes de la LRA (Ejército de resistencia del Señor) que, como ya he dicho otras veces, no son ni ejército, ni resisten a nada más que a su chiflada andadura, ni son del Señor porque son simplemente unos bárbaros criminales que pisotean a mi gente, secuestran niños, violan seres indefensos y matan en la más completa impunidad.

Ya el 17 de febrero pasado atacaron Rafai, saquearon la misión, vaciaron los cuartos de los franciscanos, aunque ya de por sí su ajuar suele ser raquítico, aterrorizaron a la pareja de cooperantes franceses que estaban dando dos años de vida en la enseñanza y les robaron todo incluso el traje de novia que ella se había bordado con telas africanas para casarse el jueves santo. Ambos, noqueados y hundidos, se fueron a pasar la noche en una sala parroquial, en el suelo, hechos un ovillo, hasta que al amanecer del día siguiente los evacuamos de allí. Hastiados de tanta violencia gratuita, abandonaron el colegio y se volvieron a Paris.

Lo del domingo 21 de marzo fue mucho peor, un ataque lleno de crueldad sin límites contra una población indefensa. La LRA es un grupo de pirados que dan tumbos por la selva de tres países desde el 2007. Cuando el pequeño grupo de gendarmes locales vio llegar a media tarde tres docenas de exaltados ugandeses, tatuados de máscaras, tocados de gris-gris mágicos ahuyenta-balas y gritando a todo pulmón, se les vino el alma a los pies y el poco ánimo de resistir al ataque se les evaporó con el miedo. La LRA arrasó Rafai como una apisonadora machaca la hierba del camino. Robaron graneros, a intervalos de ráfagas de metralla dura, quemaron las casas, acabaron a machetazos con los heridos y dejaron Rafai humeante de fanatismo agresor y de impotencia local.

La noche de histeria colectiva y llanto fue horrorosa. Los pocos que no huyeron a la selva no sabían si los desaparecidos se habían escondido o eran víctimas de un secuestro. Al día siguiente, el padre de la misión, hierático de rabia y desamor, contaba los muertos y organizaba el entierro, católicos y protestantes juntos en la misma tumba porque los pastores de las respectivas iglesias seguían huidos en la selva. Un funeral en la intimidad, poblado de sombras de los familiares desaparecidos en la selva. Ayer vi de refilón en la televisión el entierro de un gendarme muerto en suelo francés por terroristas de ETA. El presidente francés asistió a la ceremonia y el español también. Un solo gendarme congregó a dos presidentes. El padre franciscano enterró los ocho cadáveres en una discreta soledad, con una suave brisa meneando los árboles por todo acompañamiento de banda militar, tragándose las lágrimas y mirando de reojo por si había movimientos sospechosos. Por supuesto, ni un solo funcionario acudió al sepelio, ni un simple subsecretario de algo, imaginemos a alguien del gobierno, inmerso en otros quebraderos de cabeza. Tan sólo los franciscanos, los muertos y Dios. Este último, tal vez, profundamente compungido.

Mandé otra vez el coche para sacar de aquel infierno a las cinco hermanas congoleñas de la misión. Es la segunda vez en pocas semanas. Llegaron a Bangassou noqueadas y tristes. Los padres se quedaron allí para dar coraje a la población. Ellos, el coraje, lo reciben de lo Alto. La escuela se cerró provisionalmente hasta que quiera la LRA o quien sepa arreglar este desaguisado que nos lleva poniendo de rodillas desde hace tres años. Ya se hacen quinielas para pronosticar la siguiente misión que será saqueada. Yo me inquieto mucho por el personal religioso, los sacerdotes autóctonos y la pobre gente que puede ver perdido en un instante el fruto de años de esfuerzos, o peor aún, la vida. No me recuerden el refrán Al perro flaco todo son pulgas . Piensen mejor en la última escena de la película La misión , cuando el eclesiástico español se mira al reflejo de la ventana, espoleado por el embajador portugués que le está contando cómo la misión entre los guaraníes ha sido aniquilada y dice: "¡Así es la vida, así la hemos hecho, así la he hecho!".

* Obispo de Bangassou (Centroáfrica)