Hagamos un nuevo esfuerzo para intentar aprovechar lo que queda del naufragio del 2020 y llegar a la orilla del 2021 en las mejores condiciones posibles. Que ya es trabajo, porque la gente está cansadísima de mascarillas y restricciones y, sobre todo, de tantísimos consejos buenistas y llamadas a la resilencia y a autoinventarse. Ya estamos más que autoinventados. De hecho, estamos hasta las narices de autoinventos.

Pero hagamos pequeños intentos. Por ejemplo, en el tema del turismo. Quizás estos próximos meses hasta que se generalicen las vacunas podríamos aprovechar para ir diseñando una nueva Córdoba para el turismo de calidad en lugar del de despedida de solteros y el de masificación con poco gasto. Ya que está la cosa parada, y teniendo en cuenta que tampoco en enero y febrero se mueve mucho el sector tradicionalmente, técnicos y empresas podrían ir estudiando esa transición que debe planificarse a muchos años vista, porque desde luego en el 2021 no va a estar la cosa para ponerle pegas ni al turismo más zafio y rácano que nos llegue. Cualquiera será bienvenido.

¡Ah! Y no vale pedirle en este tiempo a los cordobeses que sean turistas en su propia ciudad. El cordobés podrá darse algún paseo por el Casco Histórico, de donde por cierto fue ‘echado’ hace mucho, pero sus escasos recursos los gastará como máximo en una caña en su bar de guardia, en su barrio, ya que no puede pagar los precios de un visitante.

En todo caso, como digo, sería bueno aprovechar para ir caminando y que ese turismo, que volverá más temprano que tarde, sea de calidad, en lugar de emplear un ingente esfuerzo en organizar ciclos, inventarnos campañas publicitarias y rebuscar atractivos para soslayar las restricciones que por el coronavirus, por otro lado, nos hemos impuesto nosotros mismos. ¿Es más lógico, no?

Incluso no estaría de más que los cordobeses aprovechemos para aprender a cuidar aún mejor a los visitantes del futuro. No porque seamos despegados con ellos. Ya pueden venir riadas incontroladas de viajeros de todo el mundo que pocas ciudades del planeta tendrán paisanos tan amables como los cordobeses. Esa grosería con la que los parisinos tratan al que llega de fuera, resto de franceses incluidos, es inimaginable aquí. Pero quizá sí entendiendo mejor a un turista que lo que busca es sentirse aventurero y descubrir por sí mismo las ciudades. Por ejemplo, pese a haber viajado toda mi vida y después de tratar a muchos visitantes, he descubierto muy recientemente las dos cosas que más odia el turista de calidad: primero, que alguien le descubra totalmente la ciudad por él. Le molesta más que agradece una guía exhaustiva, una ‘app’ que lo solucione todo sin dejar el mínimo de misterio o un paisano agobiante que le vaya contando cada detalle (lo confieso, es mi caso cuando hago de cicerone en Córdoba y me ciega la pasión por Córdoba). Y es que el turista de calidad necesita tiempo, espacio y aire para sorprenderse por sí mismo. Pero, aún hay otra cosa que molesta más a este tipo de viajero: y es que el turista de calidad no soporta el turismo, el verse rodeado de gente que aspira también a una pequeña dosis de Indiana Jones. El viajero no perdona que le recuerden, como hace la propia presencia del resto de turistas, lo mucho que de artificial tiene su pequeña aventura.