Las redes sociales están llenas de «expertos» y dentro de ellas, sin género de duda, es Twiter la que se lleva el premio a la mayor colección de expertos opinadores «ex cátedra» sobre los temas más variados. Si hablamos de deportes, hallaremos comentaristas de las disciplinas más variadas que más que hablar, sentencian. Si se trata de motociclismo, saben hasta del fallo mecánico que provocó la caída; si es tenis saben hasta la trayectoria de la bola antes de salir de la raqueta de Nadal; y si hablamos de fútbol... ¡es ya la repanocha! Saben más que cualquier entrenador; dan la alineación que hubiera hecho ganar al equipo -pero siempre después de perder y no antes-; y sobre cambios, fichajes o destituciones tienen la clave, sin poner un euro. ¿Se imaginan si todos pudiéramos opinar sobre lo que hacen ellos cada día con igual solvencia y rotundidad? ¿Ponerles la misma lupa justiciera ?

Uno de los campos donde hay más opinadores soterrados y justicieros es en el terreno del derecho. Aquí nos encontramos una legión de «pseudojuristas» que sin serlo opinan con soltura sobre derecho penal, civil o constitucional, con el mismo grado de contundencia que de falta de rigor, abriendo «hilos» (¡no se conforman con los caracteres del tuit!) que verdaderamente te dejan estupefacto. Para botón, una muestra: la recientemente publicada sentencia del procés, 493 páginas que a los cinco minutos ya habían sido analizados por una legión de tuiteros, sesudos comentaristas jurídicos, catedráticos de la nada, que al momento habían desbrozado las casi quinientas páginas para llegar a la conclusión de lo poco ajustada a derecho que era la resolución, unos por quedarse corta y otros por lo contrario.

Lo que me preocupa de todo esto: la falta de respeto que se va generando hacia instituciones que funcionan y la importancia que nuestros jóvenes -y no tanto- le dan a esos comentarios falaces y poco fundados de personas que solo son escuchados en Twitter, porque sus méritos para ser escuchados en un foro especializado sería cero. Lo que me resulta curioso: que detrás de estos comentarios haya personajes escondidos con careta que no son capaces de dar su nombre y apellidos, decir a qué se dedican, o qué preparación tienen. Cuando uno opina de algo debiera serle exigible poner por delante su identidad. Hacerlo bajo la coraza de una falsa identidad no me parece. Nada más abrir el Twitter me salen, por ejemplo, estos “lespolero”, “el gallo de Galapagar” “antídoto” “ ansu papi”” peter brown” “zairus” “chochete “ o “froilan I de españa”...Disparar con careta siempre fue fácil.

* Abogada