Las redes sociales se han convertido en una de las manifestaciones más evidentes de esa realidad inevitable que nos aportan las nuevas tecnologías. El personal ya no te llama para contarte sus cosas, felicitarte tu cumpleaños o pedirte una cita, te mandan un mensaje que incluye, si eres afortunado, un emoticono. Ya no vas al bar o quedas en la plaza con los amigos para comentar la película de ayer o las noticias de hoy, ahora te asomas a Facebook o escribes un tuit, como hace el presidente norteamericano sin necesidad de portavoces oficiales o jefes de prensa.

Nada menos que 20 millones de usuarios tienen las redes sociales en nuestro país, principalmente y por este orden, Facebook, Whatsapps, Youtube y Twitter, según el VIII Estudio Anual de las Redes Sociales en España que publica el Instituto de Ingeniería de Madrid. Cada una con su idiosincrasia propia, como ocurre con Twitter, donde se impone la brevedad y la inmediatez, con esos 120 caracteres que parece se van a convertir en 240 dentro de poco. Debemos darle las gracias a este gigante empresarial que factura más de 2.500 millones de dólares anuales y cuadruplica su valor en bolsa por permitir, a sus 328 millones de usuarios en el mundo y algo más de 7 millones en nuestro país, expresarnos con algo más de libertad. Puede ser una estrategia comercial de un producto estancado en el mercado y amenazado por otras aplicaciones como Instagram, o el convencimiento de que la concreción pedida ha sido superada por el insulto en ocasiones, o las frases hechas en otras. No se pueden debatir ideas a golpe de eslogan. Hemos crecido en la conectividad con otras personas del mundo, pero hemos empobrecido la profundidad del discurso, con la exigencia de una inmediatez, absurda la mayoría de las ocasiones.

Lo malo de todo ello, es que las redes resultan utilizadas para la exhibición de mucho cretino -que a veces la mejor palabra es la que se guarda--, para difundir bulos infundados, pero sembrar odio, para confundir con mentiras y propagar ideologías o pensamientos extremistas que se esconden en el anonimato de perfiles y nombres desconocidos. Además de convertirse en una poderosa herramienta de mercado con el que colocarnos productos de todo tipo y pelaje. Eso sin contar con los casos, cada vez más numerosos y preocupantes, tanto de acoso y descalificación que denotan una ética inexistente, como de aislacionismo y ensimismamiento patológico. Conozco el caso de un joven con miles de amigos virtuales, pero que lleva 6 meses sin salir de casa, hasta que los padres han decidido darle trabajo al psiquiatra. Es innegable el avance de la robótica y la inteligencia artificial, pero no me negarán que donde se ponga la voz y la palabra, la expresión, la sensibilidad de un ser humano, que se quite lo demás.

* Abogado