Y el Oscar a la mejor película fue para... ¡un tipo que se entretuvo tuiteando! La anécdota, además de ridícula, es una formidable metáfora de nuestro tiempo. Brian Cullinan, el hombre a un móvil pegado, es un alto ejecutivo de la consultora PriceWhaterhouseCoopers en EEUU. Su currículo profesional es resplandeciente. Experto en empresas tecnológicas y de entretenimiento y, también, en finanzas y negocios. Pero la noche de los Oscar no supo hacer algo tan sencillo como entregar el sobre correcto. La inteligencia de Cullinan naufragó en la pantalla de su móvil inteligente. Y no es algo que no hayamos visto antes. O que incluso hayamos vivido. Pendientes de ese accesorio que hace diez años aún no habíamos dejado que invadiera todos los aspectos de nuestra vida. Un mundo en nuestras manos al que cedemos grandes dosis de atención y por el que se escurre, también, la capacidad de concentración. Demasiadas veces, vivimos a través de la pantalla. La necesidad de mostrar y compartir la realidad nos aleja de ella. Es solo un segundo, lo cuelgo y ya está, nos excusamos. Un momento, a ver qué está pasando, seguimos disculpándonos. ¿Si sumamos todo el tiempo que vivimos asomados a las redes, esos miles de segundos trasformados en horas, estaríamos convencidos de su interés, de su valor? Aunque, bien pensado, todo tiene su lado positivo. Por favor, ¿alguien podría regalarle a Donald Trump un móvil de los más completitos?

* Periodista