Tiempos oscuros. El vendaval Donald Trump sigue arrasando todo vestigio de humanidad mientras desprecia el derecho internacional y las propias leyes de su país. El infame capítulo de la historia reciente de Estados Unidos, cuando tras la invasión de Irak la Administración de George W. Bush, y en particular la CIA y el Ejército, utilizaron la tortura, parecía cerrado hace siete años. Entonces el presidente Barack Obama firmó una orden ejecutiva prohibiendo su uso, y hace menos de dos el Senado aprobó una enmienda que prohibía concretamente técnicas como el waterboarding o ahogamiento simulado y otras prácticas abyectas. Ahora, contra las seguridades dadas por su secretario de Defensa, James Mattis, y por el nuevo director de la CIA, Mike Pompeo, de que no violarían la ley, el presidente defiende el uso de la tortura y podría reactivar además las prisiones secretas de la agencia de inteligencia en el extranjero, así como revisar las técnicas de interrogatorio contenidas en los manuales de las Fuerzas Armadas. En cualquier caso, la tortura nunca puede justificarse. Aquel capítulo de la desgraciada guerra de Irak generó dos reacciones que Trump haría bien en no ignorar, aunque eso es lo que va a hacer. La reputación de EEUU, que aquella guerra ilegal ya había socavado, cayó por los suelos. La otra consecuencia fue el acicate que el tratamiento inhumano de los prisioneros representó en la espiral de violencia que se desató en Oriente Próximo.