Que un espacio institucional donde se reúne el poder político sea asaltado no es nada insólito. El intento de derrocar un gobierno por la fuerza tiene ese objetivo simbólico. Nosotros tenemos el caso del general Pavía, que se dice entró a caballo en el hemiciclo de las Cortes allá en el XIX; más recientemente, el teniente coronel Antonio Tejero, pistola en mano el 23 F. Otros hechos más transcendentes y notorios pudieran citarse: el Palacio de Invierno en Petrogrado por los bolcheviques, el incendio de Reichstag en Berlín por Hitler, el bombardeo del Palacio de la Moneda en Santiago de Chile por Pinochet; el cañoneo de la Duma en Moscú por Yeltsin... Acciones violentas que cambiaron el curso de la historia.

Pero llamar golpe de Estado a lo que ha hecho el presidente de EEUU Donald Trump es una exageración. Este empresario se subió a su púlpito frente a la Casa Blanca cuando se iba a votar la candidatura electa de su rival político Joe Biden y arengó a una turba de iluminados para que marcharan hacia el Capitolio en protesta, al considerar que fue derrotado en unas elecciones fraudulentas. Los norteamericanos creen lo que ven en la televisión o leen en Twitter y no creen que los humanos descendemos del mono, aunque crean lo que dice Trump. Algunos de estos devotos, como Jack Angeli, del grupo ultraderechista nazis Qanon, iba disfrazado de chamán y otros pues en traje de faena o de paseo con su gorrita de beisbol con la marca Trump. Esto es indicativo, pues, aunque la Guardia Nacional, levantando inquietud, se retrasó más de lo debido en su misión de salvaguardar edificio y congresistas, no parece que hubiera detrás más apoyo que la de su propio ego y el fanatismo de sus adeptos. Detrás estaba Trump. El negocio Trump. Nunca en EEUU el poder económico se había encarnado de ese modo tan descarnado en el poder político.

Ya en vísperas de las elecciones de 2016, cuya victoria no creía alcanzar él mismo ni el mismo Steve Banon, que era el asesor de la campaña y ahora organizador de una rama de la internacional neofascista, Trump afirmó que, “incluso perdiendo, ganaba”. De aquí le viene eso de que Él no pierde nunca. Lo suyo era montar su propio show, que es lo que hacía en la cadena NBC con su programa Aprendiz, alcanzar popularidad y vender su nombre para un club de golf o un rascacielos. La inesperada presidencia le ha ido agrandando el ego y la cartera al nivel de la desesperación de la gente por el fracaso del neoliberalismo, y creo yo que asustar invadiendo el Congreso era como hacer un eagle en un partido de golf. No sé si le impicharán (¿se dice así?), le cesarán o dimitirá, aunque se debería hacer todo junto ¡ya!, porque a ese hombre, resentido, no se le puede dar una segunda oportunidad.

* Comentarista político