La soberbia de Donald Trump parece no tener límites. Su última ocurrencia ha sido cumplir algo que prometió en campaña electoral. Como lo leen. El tío del pelo amarillo no iba de farol. Pero no, de momento, no ha creado los 25 millones de empleos que dijo que crearía, ni ha reducido drásticamente los impuestos. Bueno, a los ricos y a los grandes empresarios sí. En este caso, el mangurrián ha dado un golpetazo en la mesa, algo para lo que solo se necesita tener muchos cojones. Con perdón. El cabezabuque ha sacado a EEUU del Tratado de París contra el cambio climático porque a él lo que le pase al planeta le trae literalmente al pairo. Bastante tiene el hombre con proteger su país de la amenaza invasora de inmigrantes. Menuda chorrada de tratado, ha pensado el malasombra, si lo del gas de efecto invernadero es una mariconada (reproduzco su pensamiento) de los científicos. Para qué van las empresas norteamericanas a invertir en tecnologías renovables cuando lo que tienen que hacer es ganar dineros y dejarse de pegos y tonterías... El gaznápiro no ha caído en la cuenta de que los productos que venden sus empresas se exportan a todo el mundo y que el planeta entero empieza a mirarlo con muy malos ojos. Tampoco ha pensado el caratorta en que despreciar a los ciudadanos de todos los países menos a los del suyo puede pasar factura a sus empresas si la gente decide no comprar lo que ellos quieren exportar o convertir su país en destino non grato del turismo. Y es que Donald Trump es un cáncer al que conviene aplicar un poco de su propia medicina. Si la ciudadanía norteamericana lo quiere, la del resto del mundo no debe quedar indiferente. La española tampoco, por más que el presidente Rajoy tenga la cabeza en sus cosas. Hay muchas formas de responder a la bestia salvo caer en el síndrome de Estocolmo y dejarse golpear. Como ha dicho alguien antes que yo, si Trump desprecia al mundo, el mundo debe despreciar a Trump.

* Periodista