A lo largo de la historia, que una gran potencia deje plantados a sus aliados locales en un conflicto regional cuando cambian las tornas, prioridades, intereses o alianzas es un movimiento que tiene tantos precedentes como se quieran buscar. Pero el presidente Donald Trump ha elevado en solo 48 horas esta práctica a un nivel de absurdo difícilmente superable.

El lunes, Trump lanzó todas las señales necesarias para que se interpretase que daba luz verde a Turquía para una inminente invasión de la región controlada por las milicias kurdas en el norte de Siria. El objetivo turco, alejarlas 30 kilómetros de su propia frontera e instalar hasta 150 asentamientos de refugiados sirios, una iniciativa con más visos de sustitución de la población kurda de la zona que humanitarios. Tras una conversación con Erdogan, Trump le garantizó que las fuerzas de EEUU se mantendrían al margen y al día siguiente estas se retiraron de varios puestos de observación. A la alarma generada entre senadores republicanos y demócratas y su propia Administración ante el cambio de política que suponía traicionar abiertamente a a los mejores colaboradores de EEUU en la lucha contra el ISIS, Trump ha reaccionado impulsivamente calificando a los kurdos de «maravillosos luchadores» que reciben el apoyo de EEUU y amenazando a Turquía con «arrasar» su economía si iba más allá de lo debido.

DOBLE LENGUAJE

Pero el doble lenguaje, contradictorio y absurdo, no ha frenado a Turquía. Ayer empezó los bombardeos --con la muerte de ocho personas, cinco de ellas civiles-- para «ablandar» el territorio, mientras los carros de combate esperaban en la frontera. La Unión Europea pidió a Turquía que frenase su ofensiva militar en el norte de Siria, advirtiendo además de que esta acción frenará la lucha contra los terroristas islámicos, en las que las milicias kurdas han sido determinantes. De entrada, con el comienzo de la operación cínicamente llamada «Manantial de paz», han cesado las actuaciones contra las células durmientes de ISIS en territorio sirio.

Requerir el apoyo de un colaborador necesario sobre el terreno y de un aliado de largo recorrido tentado de coquetear con Rusia, ambos visceralmente enfrentados entre sí, fue una contradicción con la que ya tuvo que lidiar la Administración de Obama. Pero nunca con la torpeza incendiaria demostrada por Trump en tan solo dos días. Es tentador, como ante tantos bandazos del presidente de EEUU, destacar lo grotesco de algunos de sus movimientos. Que en uno de los tuits con los que ha justificado su volátil postura se haya vanagloriado de su propia «gran e inigualable sabiduría» sería cómico si en realidad no fuese trágico saber que la seguridad del mundo está en tales manos.